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En plena Marina Alta alicantina, a medio camino entre el mar y la montaña, aguarda un jardín de inspiración renacentista donde, por un instante, el tiempo parece detenerse. Un oasis mediterráneo que se extiende a través de 50.000 m2 y 700 especies de plantas autóctonas y que lo separan, apenas, quince minutos en coche de Denia y veinte de Jávea. A este vergel natural se le conoce como Jardín de L’Albarda (Carrer Baix Vinalopò, 8, Pedreguer, Alicante), un increíble edén de palmeras, jazmines y nenúfares que se hizo realidad gracias al sueño en vida de Enrique Montoliu, su ideólogo y principal mecenas.
Natural de València, pero enamorado de la Costa Blanca, desde pequeño veraneó en Jávea y tenía claro que tras su jubilación instalaría su residencia cerca del Montgó, «la montaña con más biodiversidad de Europa y el enclave perfecto para hacerlo», cuenta a Viajes National Geographic desde su despacho y bajo la atenta mirada de sus perras Tana y Susi. «En los años ochenta ya contaba con el dinero suficiente para poder jubilarme, aunque pronto me di cuenta de que no se puede vivir sin trabajar, al menos si eres una persona activa como yo”, apunta Montoliu. Por lo que no tardó en embarcarse en esta aventura que iría más allá de una simple casa “a segunda línea de playa”, sino en un proyecto vital que continúa creciendo a día de hoy.
UNA AMBICIÓN (NATURAL) DESMEDIDA
La interminable búsqueda de un arquitecto que se atreviera con la ambición de Enrique Montoliu hizo que las obras se retrasaran más de la cuenta. En 1990 ya se había alzado (por fin) el que, a día de hoy, sigue siendo su hogar. Una preciosa casa de dos plantas y cinco dormitorios con “muros de medio metro y con el suelo y el techo aislados para estar bien en verano y en invierno”.
El germen de las casas termodinámicas actuales, una construcción que se inspira en el pasado, “muy diferente y mucho más costosa que las actuales ‘casas nevera’ que llamo yo”, señala su creador. Y, para el valenciano, no hay mejor pasado que el Renacimiento italiano, la época de genios como Leonardo Da Vinci, Rafael o el arquitecto Andrea Palladio, cuyo estilo inspiró a la Casa Blanca, Buckingham Palace y, cómo no, también a su vivienda. Una estética antigua influenciada, además, por las típicas casas con huerto de localidades valencianas como Carcaixent o Náquera, con planta cuadrada, “donde todas las habitaciones tienen vistas al jardín y en el que domina un patio central”, añade.
Y a su alrededor, un jardín formal, con una geometría y orden muy estudiados, donde se desarrollan avenidas que se comunican con paseos más estrechos repletos de setos de boj, cipreses y mirto. Desde su balcón principal, con vistas a la piscina y al Montgó, “la montaña mágica” de la Marina Alta, Enrique Montoliu continúa hablando de lo que ya es el trabajo de su vida. “Primero hay un jardín formal que rodea la casa y después un bosque más silvestre que se funde con el paisaje. A mí me gusta decir que llega hasta las montañas”, ya que gracias a la inclusión de diferentes árboles de la zona, “se crea un muro vegetal que oculta las casas vecinas y otros elementos que afeaban las vistas”. Desde la balconada, también se contempla el impresionante invernadero, que se construyó bajo tierra “para que no me tapara el Montgó”, recalca orgulloso.
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UN INVERNADERO CON FORMA DE ANFITEATRO Y 250 PLANTAS
Quince años después de la creación del Jardín de L’Albarda, en 2005, se levantó el invernadero que inicialmente fue pensado como un auditorio. “Las gradas son de piedra, como los anfiteatros griegos o romanos y en ellos se colocaron plantas para poder disfrutar de la belleza de cada una de ellas”, describe el también fundador y gerente de Fundem, la entidad privada sin ánimo de lucro constituida en 1996 dedicada a la conservación de la fauna y flora mediterránea. Sin duda, una de las instantáneas más impresionantes de la visita, una colección de 250 macetas y más de 30 especies de plantas crasas y cactáceas, acompañadas por el murmullo del agua que emana de su cascada y que se desliza suavemente hasta llegar a un estanque con carpas.
A pesar de que originalmente la idea era construir una casa y un jardín privado, «me fui enamorando cada vez más de este jardín mediterráneo y me di cuenta de que no me lo podía quedar para mí solo… Esto había que compartirlo«, recalca con una sonrisa Montoliu. Gracias a esa decisión, desde su apertura al público, el Jardín de l’Albarda recibe anualmente cerca de 30.000 visitas durante todo el año —importante a tener en cuenta: si se planea recorrerlo en verano, es más que recomendable hacerlo al atardecer para evitar las altas temperaturas—. Poco queda de ese bancal de limones que se encontró más de cuatro décadas atrás. “Con el tiempo se fueron creando parterres, plantando hileras de naranjos y limoneros, pero también carrascas, granados y cipreses. Las copas de algunos árboles se podaron en forma de bolas y otras de columnas”, especialmente en torno a su icónica fuente-espejo, inspirada en la Alhambra de Granada, en la que se reflejaba la fachada de la vivienda principal.
La combinación perfecta del Renacimiento italiano y la vegetación valenciana.Entre las especies autóctonas, “en l’Albarda se da cobijo a ‘endemismos’ en peligro de extinción. Intentamos reproducirlos para garantizar la supervivencia de pequeñas poblaciones que tienden a desaparecer”, aclara Nicolau Puigcerver, ambientólogo y guía del jardín. Una labor que se lleva a cabo junto al Centro para la Investigación y Experimentación Forestal (CIEF), “quienes nos dan plántulas para reproducir en el jardín” como el nenúfar blanco europeo (la Nimphaea Alba), el Medicago citrina, la Silene hifacensis, una flor que habita en acantilados costeros de Alicante e Ibiza; o el Carduncellus dianius, una clase de cardo que existe en el parque natural del Macizo del Montgó.
Más allá de este paraíso verde en plena milla de oro de la costa alicantina, con Fundem, Enrique Montoliu quiere contribuir a la conservación de nuestro medio natural de manera sostenible, así como “sensibilizar e implicar a la sociedad civil en la conservación del patrimonio natural mediterráneo”, subrayan desde la organización. Para ello, cuentan con diversos programas enfocados en la difusión de jardinería mediterránea, educación medioambiental, voluntariado o ciclos culturales, alentando la conexión de la gente con su entorno a través de talleres y conciertos como los Atardeceres musicales del guitarrista Thierry Fouet (todos los viernes y sábados de julio y agosto).
Aunque su principal línea de actuación se centra en la gestión responsable del territorio, mediante la compra y cesión en custodia de terrenos de alto interés ecológico para su conservación integral, por la Sierra del Espadán, La Casella, Bernia, Benimantell, Peñagolosa y, fuera de la Comunitat Valenciana, Ulloa, Múgica o la Laguna de la Redondilla.
¿DÓNDE COMER TRAS VISITAR EL JARDÍN DE L’ALBARDA?
Si lo que se busca es continuar por este periplo por las raíces mediterráneas y el amor al origen solo hay un destino al que poner rumbo. Se llama Benidoleig, un pequeño municipio del interior de Alicante con apenas mil doscientos habitantes, que se ha colado en el mapa gastronómico nacional gracias al restaurante Mare y a su artífice, Miquel Gilabert. Su nombre (madre en valenciano) ya nos hace un pequeño spoiler de lo que está por venir: una cocina de tradición, cimentada sobre recuerdos familiares y el legado que dejaron todas esas madres y iaies valencianes que cocinaban con cariño e ingenio.
Una gastronomía de la terreta que no solo recupera el sabor de antes a golpe de brasa, sino que se sustenta en un producto de calidad y de la proximidad más absoluta, la que ofrece una estrecha red de proveedores locales, con nombres y apellidos. Miquel se deja la piel día a día en este proyecto familiar que se sostiene, literalmente, sobre el muro de carga que construyó su abuelo. De esta manera, como ocurre con Montoliu, Mare nace de un sueño en vida que se fraguó durante la pandemia y que continúa dando visibilidad al origen y a esos pequeños productores, muchas veces anónimos, que reclaman su lugar en la historia.
En su interior, unas pocas mesas en un ambiente íntimo y rústico. ¿Y en el plato? Los sabores de siempre como el pan de pueblo, la sobrasada de cerdo negro y panal de miel, pescados y mariscos traídos directamente de la Lonja de Denia —una de las más importantes de la comarca— y, por supuesto, una selección de arroces como el de rape y gamba roja de Denia, de pularda y verdura o el clásico putxero valenciano. Una carta que se completa con el menú Germanor de 28 euros durante los días laborables y tres menús degustación, Pepa, Milagros y Josefina —en honor a las mujeres de su familia—, que parten de 45 a 74 euros.
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