el pueblo del País Vasco a donde viajar este agosto

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Dicen que, mucho antes de que se fundara el señorío de Vizcaya, el barco de una princesa que había sido desterrada de Escocia atracó en el puerto de Mundaka. Al bajar del navío, los escoceses descubrieron una fuente de agua cristalina muy distinta a la marea revuelta de la ría que habían contemplado desde la embarcación. A propósito del hallazgo, princesa y acompañantes llamaron a aquel hermoso pueblo Munda acua, en latín, “agua limpia”, sellando su identidad para siempre.

 

Este relato forma parte de la Crónica de Vizcaya, escrita por Lope García de Salazar en el siglo XV, sin embargo, no existen pruebas de que la historia sea real, ni siquiera de que el origen del nombre de Mundaka provenga de aquí. Sin embargo, sirve para abrir la puerta a una localidad que siempre ha estado rodeada de leyendas: desde las que aseguran que en sus aguas vivían las lamias (el equivalente a las sirenas en la mitología vasca), hasta las que han acompañado desde hace décadas a la famosa ola izquierda de Mundaka (considerada de las mejores del mundo), pasando por las visitas de Ernest Hemingway a este lugar y las voces que no dudan en afirmar que es uno de los pueblos más bonitos del País Vasco.

 

 

Situada en el margen derecho de la ría que también lleva su nombre, Mundaka está inmersa en un entorno inmejorable: la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, declarada así por la Unesco en 1984. Hogar de miles de pájaros migratorios, algunas de las playas más bonitas de Euskadi, enclaves históricos como Gernika, artísticos como el Bosque de Oma e incluso cinematográficos como San Juan de Gaztelugatxe, Urdaibai es el humedal más importante del País Vasco y una de sus siete maravillas naturales. De ahí que visitar Mundaka sea una oportunidad para disfrutar, también, del idílico escenario que la rodea.

Ermita Santa Catalina

Foto: Shutterstock

ermita de santa catalina y las vistas a la ría

Por eso, una de las mejores entradas a Mundaka es la que va desde la Ermita de Santa Catalina hasta el puerto, conduciendo a los caminantes por un sendero de tierra que, al llegar al pueblo, se transforma en el trazado de las calles. De haber existido realmente, la pequeña península sobre la que se encuentra la ermita hubiese sido lo primero que habría visto la princesa de la leyenda. De la misma manera, quienes se encontraran en aquel momento sobre el cabo también habrían sido los primeros mundakarras en avistar el navío.

 

Fue precisamente la situación estratégica de esta península lo que llevó a los habitantes del pueblo a construir una ermita en aquel lugar durante la Edad Media. Esta sirvió para alojar a los marineros y centinelas que controlaban la salida y entrada de los barcos a la ría. Sin embargo, la proximidad del edificio con el bravo Cantábrico también tuvo consecuencias negativas: el salitre del intenso oleaje deterioró sus muros y, durante una fuerte tormenta, la construcción original fue derribada por las olas. 

 

La ermita de Santa Catalina que se puede visitar hoy se alzó en el año 1879, siguiendo un estilo gótico-renacentista, en el lugar que antaño ocupó su predecesora. Al pasear por los alrededores del edificio sorprenden los restos de las murallas que la rodean, recuerdo del fortín del siglo XIX que, durante un tiempo, protegió el edificio. Fuera de las murallas hay unas mesas de madera, incorporadas recientemente, para quienes deseen disfrutar de un picnic con la mejor panorámica de la ermita y la isla de Izaro, cuya fina silueta se adivina entre la marea y el cielo.

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