El pueblo de Teruel que se yergue entre un puente medieval y una acrópolis obispal


Pese a no superar los 2.500 habitantes censados, Valderrobres tiene aspecto de capital. Administrativamente, este espejismo se consolida, ya que es la capital de la comarca del Matarraña, esa pequeña región mestiza repleta de localidades encantadoras. Pero cuando uno se planta frente al Puente de Piedra, la panorámica no puede ser más monumental y apabullante: una ribera de casas señoriales flanquea la puerta de San Roque y enmarca, por debajo, la gran postal de esta localidad, con la Iglesia de Santa María la Mayor y el castillo coronando este skyline.

 

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¿Y entre medias? Parece que no hay demasiado y, sin embargo, Valderrobres engaña al ojo y a los prejuicios con una maraña de callejones, travesañas y escalinatas que vencen a la gravedad y que sorprenden a todo aquel que se atreve a transcender su postal. 

 

 

 

 

 

Valderrobres

Foto: Getty Images

UN PUENTE, UNA PUERTA Y DOS LEONES

Lógicamente, el modo de empleo de Valderrobres debe de ser de abajo arriba. El Puente de Piedra no es solo una entrada monumental, sino que resulta la más accesible para el que aparca el coche o está alojado en la ribera sur -la más moderna- de esta localidad. Y, en cierto modo, es el caramelo panorámico más goloso y resultón para los más inquietos. 

 

La ligerísima inclinación de puente hace que el Portal de San Roque se vea un pelín contrapicado, lo que le aporta cierta épica al leve paseo. Lo que más llama la atención de esta portentosa bienvenida es su fachada almenada recuerda que durante décadas este acceso era un baluarte defensivo además de ser una aduana más que efectiva. Después sorprenden los dos leones de piedra que protegen sus laterales y que proceden del castillo obispal. 

 

Valderrobres

Foto: AgeFotostock

Es precisamente en este dato donde el viajero empieza a comprender todo. Valderrobres puede presumir de este frontón monumental gracias a la iglesia. En concreto, al obispado de Zaragoza, quien recibió como donación estas tierras tras la Reconquista en el siglo XII y las subarrendó a un señor feudal. En 1307 un pleito entre la corona y la iglesia estableció, tras el pago de una compensación económica, que la jurisdicción de este lugar correspondería a dicha institución eclesiástica, una relación que duró hasta la abolición del régimen señorial en el siglo XIX. 

 

Desde inicios del siglo XIV, los diferentes obispos zaragozanos establecieron aquí su residencia de veraneo, además de influenciar en la relevancia comercial y política de este rincón del Matarraña. Así que sí, estos dos leones están aquí no solo para atemorizar a los malhechores, también para dejar claro desde el primer vistazo que Valderrobres es territorio episcopal. 

 

 

Valderrobres

Foto: iStock

PAZ, UNIÓN, LIBERTAD Y UNA BUENA LONJA

Basta con cruzar este acceso para dar de bruces con el primer síntoma de que Valderrobres no es un delirio medieval cualquiera. Sin avisar ni preverlo, aparece un ayuntamiento que, en el fondo, es un salto en el tiempo. De repente, el Renacimiento aparece en forma de Casa Consistorial con una lonja en su planta baja que da fe de la relevancia comercial que alcanzó Valderrobres en el siglo XVI. 

 

Las finas líneas, las decoraciones poligonales, la sillería labrada y las monumentales proporciones de este edificio se disfrutan en las ventanas-miradores que dan al río Matarraña así como en los escasos puntos de fuga que ofrece la escueta Plaza de España. Desde este pequeño centro neurálgico aún se observan los restos de una pintura mural que en el siglo XIX llegó a cubrir todo el exterior del edificio y del lema que la coronaba: paz, unión y libertad. 

 

 

Valderrobres

Foto: iStock

HALLAZGOS ENTRE CALLEJUELAS

Desde aquí solo queda subir y subir, pero uno rápido se da cuenta de que esta tarea no se atraganta. En parte, porque Valderrobres fue creciendo en largas calles dispuestas en paralelo al río y que aligeran el ascenso. Y en parte, porque por el camino ofrece recompensas pintorescas que provocan un zigzagueo más llevadero. La primera, El Palau y su entorno, un prodigio medieval que data del siglo XV y que a lo largo de los siglos ha servido como edificio para recaudar impuestos e, incluso, como hospital. Hoy en día, además de servir como centro cultural, regala una semblanza muy parecida de lo que llegó a ser el Valderrobres medieval. 

 

No muy lejos se yergue el Torreón de Valentinet, un resto de muralal convertido en casa y que en el futuro acogerá una curiosa cámara oscura que será visitable. Eso sí, para ver un resto medieval en buen estado, hay que caminar hasta el otro extremo del casco histórico, donde el Portal de Bergós recuerda cómo era el acceso a la villa siglos atrás. Y entre medias, escalinatas atrevidas y pintorescas, exentas o decoradas con flores, que confirman al viajero por qué se trata de uno de los  pueblos más bonitos de España según Viajes National Geographic. 

 

 

 

Pórtivo Santa María

Foto: Adobe Stock

Y EN LO MÁS ALTO, SANTA MARÍA

Aunque estos rincones retrasen la llegada a esta especie de Acrópolis del Matarraña, el conjunto monumental formado por la iglesia de Santa María la Mayor y el castillo de Valderrobres tiene un magnetismo irrechazable. Su entrada se alarga un poco más ya que hay que adquirirla en un coqueto museo que aprovecha para poner en valor el entorno de esta localidad a través de varias plantas. 

 

Eso sí, cuando el viajero se planta bajo su altísima torre y su precioso y apuntado pórtico se olvida de todo lo demás. Las hipérboles turísticas anuncian este monumento como uno de los mejores ejemplos de gótico levantino del país. Y en cierto modo lo es, sobre todo porque se trata de un edificio muy singular. En primer lugar fascinan sus dimensiones. En segundo lugar, su planta, ya que se trata de un templo con una sola nave más propio de las iglesias del norte de Europa que de las compatriotas.

 

Iglesia de Santa María

Foto: Shutterstock

 

Y en tercer lugar, un ábside de siete lados tan pulcro que hace que nadie eche de menos el retablo renacentista que se destruyó durante la Guerra Civil. Si se bordea por el exterior, este templo aún guarda una curiosidad: una gárgola que recuerda a El Grito de Munch o, incluso a Lord Voldemort, el archienemigo de Harry Potter. 

 

 

 

 

Valderrobres castillo

Foto: Shutterstock

A CUERPO Y VISTAS DE OBISPO

Pese a haber experimentado una profunda y estética restauración, el castillo-palacio de Valderrobres mantiene su capacidad de asombrar. Levantada ya en el siglo XII y ampliado por los diferentes obispos que aquí residieron, esta fortaleza es un alarde de adaptación al territorio, ya que sus muros y patios se adaptan a una orografía que aquí alcanza sus cotas más altas… y vertiginosas. 

 

Visitarlo es ir conociendo, sala a sala, cómo era la vida intramuros a través de espacios como las bodegas, las caballerizas, la cocina así como estancias más nobles como la Sala de las Cortes, la Sala de los Leones -donde estaban emplazadas las estatuillas del portal- y la Cámara Dorada. En estas últimas sorprenden las ventanas ajimezadas que ofrecen una vista descansada del entorno, así como un último vistazo a una Valderrobres que desde aquí se conquista, por última vez, con la mirada. 

 

 

 

 

 



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