![Cartagena de Indias, Colombia](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/22/cartagena-de-indias-colombia_09e4fbcc_240522171619_1200x800.jpg)
Cartagena de Indias según gabo
La primera vez que estuve en Cartagena de Indias no sabía que los escenarios de algunas novelas de Gabriel García Márquez recreadas en la ciudad no se correspondían con los reales. Me extraviaba entre calles de fachadas amarillentas o azuladas buscando el Portal de los Escribanos donde Florentino Ariza escribió cientos de cartas de amor a Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera, desconociendo que debía ir al Portal de los Dulces.
De hecho, los bullangueros puestos del Portal de los Dulces, situados bajo arcos y casas de balcones de madera, fueron mi pasadizo de entrada al mágico centro histórico.
![Torre del Reloj Cartagena](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/24/torre-del-reloj-cartagena_aab7b83d_240524094345_1200x800.jpg)
Quien entra a la ciudad amuralla por la imponente puerta de la Torre del Reloj, se impregna de una atmósfera dulzona donde todo –el puesto de libros, las piedras de la muralla, las fachadas de tonos cálidos, las vendedoras de frutas– sobrecoge el espíritu. «Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer», escribió Gabo en sus memorias.
Las conversaciones con las vendedoras del Portal de los Dulces son la mejor brújula para ir desentrañando la ciudad descrita por Gabo de la Cartagena real. Saboreando cocadas, pasteles de tamarindo o de guayaba, pastelillos de ajonjolí o patacones de chocolate descubrí que los nombres de algunos dulces exhalan fantasía de realismo mágico: panderitos de yuca, marranitos de leche, caballitos de papaya…
![Mujer en Cartagena de Indias](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/22/mujer-en-cartagena-de-indias_9f1eb3ab_240522172217_1200x797.jpg)
la cartagena de las palenqueras
Guiándome por las instrucciones de los dicharacheros cartageneros, encontré la Casa de las Ventanas de la calle Landrinal, que se corresponde a la casa de Florentino Ariza en la novela. Después, me lancé hacia la casa de Fermina Daza, en la Plaza Fernández Madrid (plaza de los Evangelios en la novela). Volví una y otra vez a esta deliciosa placita cubierta de palmeras y árboles frondosos en la que la silueta de la iglesia Santo Toribio continúa la melodía de los balcones de las casas.
En mi segunda visita a Cartagena, decidí entregarme a un deambular reposado, dejándome atrapar por un dédalo de plazas y plazoletas, de iglesias y conventos, de estatuas y parques, de balaustradas y balcones, de palacios y fortalezas. Caminar sin rumbo por el corazón histórico de esta ciudad fundada en 1533 es una experiencia sensorial insustituible. La urbe, que fue durante siglos uno de los principales puertos de América, entra a sorbos visuales y sonoros: el rechinar de los carromatos tirados a caballo resuena sobre el brillo mortecino de las calles; los gritos de los vendedores callejeros parecen rebotar en las flores de los balcones de madera; la salsa, cumbia o champeta reverberan entre fachadas ocres, naranjas, azul marino, amarillas.
![Arte en Cartagena de Indias](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/22/arte-en-cartagena-de-indias_f25d56f5_240522173459_1200x799.jpg)
la cartagena real y callejera
A pesar de la irrupción de algunas novedades tecnológicas, Cartagena de Indias sigue encajando con la urbe descrita en El amor en los tiempos del cólera: «la misma ciudad ardiente y árida donde se oxidaban las flores y se corrompía la sal, y a la cual no le había ocurrido nada en cuatro siglos, salvo el envejecer despacio entre laureles marchitos».
Descubrir Cartagena es caminar sobre adoquines empapados por chaparrones repentinos y dejarse acoger por las densas sombras de los árboles de sus plazas. Charlando con los ancianos que juegan al dominó a pie de calle y con las palenqueras (mujeres negras descendientes de esclavos que venden fruta por las calles), el viajero encuentra a ráfagas las dos Cartagenas, la narrada por Gabo y la real, que acaban moldeando una urbe de belleza novelesca.
![Calles de Cartagena](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/22/calles-de-cartagena_d5f0556c_240522175232_1200x803.jpg)
murallas, callejuelas y plazas
En mi tercer viaje, desprendido de la urgencia inicial de encontrar los rastros de la obra del premio Nobel colombiano, descubrí que en la imponente casa del marqués de Valdehoyos de la calle Factoría –en El general en su laberinto recibe el nombre de casa del marqués de Casalduero– se instaló Simón Bolívar. Caminando sobre la muralla que rodea la ciudad supe que el antiguo convento de Santa Clara que aparece en Del amor y otros demonios, la otra gran novela cartagenera de Gabo, se convirtió en un hotel de lujo, conservando su legado arquitectónico.
Realidad y ficción, imaginación y la cotidianidad de un pueblo acogedor se van fundiendo según pasan los días, los años, los viajes que traen de vuelta a los viajeros enamorados de Cartagena. El mero pasear por el casco histórico de la ciudad despliega un apabullante repertorio de plazas, placitas y plazuelas. Las hay de todos los tamaños y para todos los gustos. Desde el Portal de los Dulces, la inercia lleva al viajero a la plaza de Santo Domingo, que alberga la iglesia más antigua de la ciudad.
![Museo del oro](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/22/museo-del-oro_c65d24ad_240522175805_1200x800.jpg)
Y DE REPENTE, EL ORO
Del alegre bullicio de las terrazas de Santo Domingo pasamos sin darnos cuenta a la amplitud de la arboleda de la plaza Bolívar, uno de los epicentros históricos de la ciudad. A su alrededor se encuentran algunos de los edificios más emblemáticos: el barroco Palacio de la Inquisición, la catedral de Santa Catalina de Alejandría –de la que el pirata Francis Drake robó las campanas para fundirlas–, el Palacio de la Proclamación o el Museo del Oro.
Algunas plazas de Cartagena destilan la familiaridad de un pueblo de interior, como la de San Diego o la de la Santísima Trinidad. De otras emana cierta suntuosidad. La plaza de la Aduana y la plaza de las Bóvedas, amplias y señoriales, protegidas ambas por la muralla, transmiten el aura de grandeza del pasado de una ciudad que recibe el apodo de «la Heroica» por su resistencia a la embestida de las tropas de Fernando VII en 1815.
![Cartagena, Colombia al atardecer](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/23/cartagena-colombia-al-atardecer_49d3c657_240523092506_1200x798.jpg)
UN ATARDECER BIPOLAR
Cuando empieza a bajar el sol, muchos cartageneros se acercan a la muralla a contemplar la puesta de sol. Se asoman al mar Caribe desde los cañones de sus baluartes –el de Santo Domingo es imperdible–, toman algo en el mítico Café del Mar o caminan sin más bordeando el contorno de piedra que protegió la ciudad durante siglos.
![Barrio Getsemani, Cartagena de Indias](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/23/barrio-getsemani-cartagena-de-indias_bd356ea1_240523093353_1200x827.jpg)
getsemaní, el barrio del realismo mágico
Vale la pena recorrer los cuatro kilómetros que van desde el Parque de la Marina hasta el bullanguero barrio de Getsemaní, el único que aparece con su nombre en las dos novelas cartageneras de Gabo. Si hace años Getsemaní no entraba en los planes de la mayoría de los turistas, en los últimos tiempos, este barrio de origen popular se ha convertido en uno de los grandes reductos bohemios. La calle de la Media Luna, por donde entraron durante siglos los productos y la comida a la urbe, es la espina dorsal de un barrio que ha cubierto sus paredes de grafitis, rezuma de saber culinario, alberga galerías de arte y posee la mejor música en vivo.
![Bocagrande, Cartagena de Indias](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/23/bocagrande-cartagena-de-indias_4b890cd3_240523093621_1200x830.jpg)
bocagande, el cancún de Cartagena de Indias
Para completar el puzzle de Cartagena nada mejor que adentrarse en la lengua de tierra por la que se extiende el moderno barrio playero de Bocagrande. Ya sea en sus populacheros kioscos sobre la arena, como El Bony, o en sofisticadas cevicherías, este vibrante barrio ofrece el mejor marisco y pescado de Cartagena. La mayoría de las terrazas de los hoteles a pie de playa (Carrera 1) son el mirador perfecto para contemplar la sinfonía de curvas de las cúpulas de la ciudad vieja.
![Islas Rosario](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/24/islas-rosario_711974d4_240524095447_1200x800.jpg)
el caribe en esta esquina
Para conocer el Caribe más idílico, cerca de Cartagena hay un reguero de opciones.La península de Barú, a la que se puede llegar en coche o en lancha desde el muelle de La Bodeguita (cerca de la Torre del Reloj), ofrece un verdadero rosario de playas paradisiacas y cevicherías donde saborear cócteles de camarones, el plato más popular de la región. Quien disponga de más tiempo tiene el paraíso al alcance de la mano en las Islas del Rosario, un conjunto de 27 islas rodeadas de corales. Aunque es posible hacer una excursión de un día en lancha desde Cartagena, vale la pena hospedarse unos días en Isla Grande y perderse por sus playas de aguas turquesas, cocoteros, lagunas costeras, manglares y bosques secos tropicales.
![Santa Marta](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/24/santa-marta_8635de03_240524095658_1200x599.jpg)
Santa Marta, la puerta del caribe
Rumbo a Macondo. A pesar de que Cartagena de Indias es escenario de algunas novelas de Gabo, el verdadero epicentro de su obra es Macondo, un pueblo imaginario. Encontrar la ubicación de Macondo es la obsesión de muchos de los viajeros que pisan el Caribe colombiano. En mi primer viaje a la región, llegué a Aracataca, tierra natal de Gabo, en el Terrón de Azúcar, un destartalado autobús con la frase «Nadie es eterno» en su matrícula, esperando encontrar Macondo, aquel pueblo «con un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos».
La apacible ciudad de Santa Marta, a 80 km de Aracataca, es el lugar idóneo para seguir descubriendo el universo de Macondo. Santa Marta, fundada en 1525, condensa la esencia del Caribe colombiano. En las calles coloridas de su centro histórico se amalgaman aromas marítimos, el frescor de las tupidas estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta y la alegre algarabía de la costa, que aporta el célebre carnaval de Barranquilla.
![Cotton Top Tamarin (Saguinus oedipus) en el Parque Nacional Tayrona](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/24/cotton-top-tamarin-saguinus-oedipus-en-el-parque-nacional-tayrona_fefd5106_240524100156_1200x800.jpg)
la exuberancia del parque tayrona
Santa Marta es la base para conocer el Parque Tayrona, el sitio arqueológico de la Ciudad Perdida, la sierra Nevada de Santa Marta o Aracataca. Sin embargo, la localidad reúne encantos suficientes para pasar algunos días. Saborear sin prisa un café en las terrazas de la calle 3, asomarse a la bahía desde el Malecón o pasear por el litoral hasta la aldea de Taganga conectan al viajero al tiempo lánguido de uno de los pocos litorales del mundo en el que una sierra muy elevada –el pico Colón tiene 5.775 m de altitud– cae abruptamente al mar.
El Parque Nacional Tayrona, con su exuberancia de fauna y flora, con su abanico de playas y selva, es una parada obligatoria. Aunque se puede visitar en un día, es recomendable hospedarse en el Cabo San Juan de Guía. Esta reserva nos traslada a un mundo sensorial: casi 800 especies de plantas, la esperanza de ver panteras, ocelotes o pumas, las ruinas de Chairana de los antiguos indígenas tairona, el río Piedras entregándose al mar, arrecifes de corales, las aguas turquesas de la playa Cristal, la fauna marina que se observa en La Piscina, las túnicas blancas de los indígenas kogui que habitan cerca del cabo…
![Casa Elemento Hammocks en Minca](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/23/casa-elemento-hammocks-en-minca_142db64e_240523103353_1200x800.jpg)
minca frente a las montañas
Santa Marta esconde también promesas serranas. En los días despejados, picos nevados emergen sobre la flora tropical.Con el paso de las horas, nubes neblinosas cubren de misterio el verde denso de las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta, que en realidad es un macizo aislado de las estribaciones de los Andes.
Desde la estación de autobuses de Santa Marta, se llega con facilidad al delicioso pueblo de Minca. Enclavado entre cafetales y fincas de cacao, salpicado de cascadas de evocadores nombres (Marinka, Oído del Mundo, Pozo Azul) y agraciado con atardeceres rojizos, Minca no defrauda ni a quienes se acercan a pasar el día ni a los que la escogen como campamento base para excursiones mayores.
Acercarse al Observatorio de Aves de Minca, atravesar la selva tropical en mototaxi hasta la aldea La Tagua o hacer un excursión por el cerro Kennedy (3.100 m) para contemplar una vista de la sierra y del mar Caribe son algunas de las muchas opciones de Minca. Recorriendo los caminos de este pueblo, el viajero descubre palmeras de niebla y bromelias, cóndores y colibrís, venados y monos, entre cientos de especies, muchas endémicas.
![Tayrona](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/24/tayrona_ffc3067c_240524100428_1200x800.jpg)
el machu picchu colombiano
Desde Minca existe la posibilidad de aventurarse hacia la Ciudad Perdida, uno de los destinos más enigmáticos del Caribe. El Parque Arqueológico Teyuna, antigua cuna de los indígenas tairona, al que solo se puede acceder con un trekking organizado de varias jornadas, brinda el clímax perfecto a cualquier viaje. Las más de quinientas terrazas, anillos de piedra, sus caminos y escaleras forrados de vegetación resaltan la grandeza arqueológica de un asentamiento que estuvo habitado entre el año 650 y el 1200 aproximadamente.
![Aracataca, Museo de Gabriel García Márquez](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/23/aracataca-museo-de-gabriel-garcia-marquez_11c1d129_240523112511_1200x800.jpg)
Aracataca… ¿o macondo?
El viajero tiene al alcance de la mano otro final de periplo legendario: descender la carretera que lleva a Ciénaga y conocer Aracataca, ciudad natal de García Márquez. La sinuosa carretera va sosegándose poco a poco, hasta adentrarse en las densas plantaciones de banano. Es inevitable: según nos aproximamos a Aracataca creemos entender, por fin, la geografía de Macondo, con los límites que Gabo creó a lo largo de su obra. A un extremo, una sierra casi impenetrable; al sur, ciénagas y pantanos cubiertos «de una eterna nata vegetal»; al oeste, la Ciénaga Grande; y al norte, un pantano, una selva tupida y el mar.
Para los devotos de Gabo, todo en Aracataca, una agradable ciudad de coloridas fachadas, remite a Macondo. El calor es «el aire insoportable de las dos de la tarde» de Cien años de Soledad. La Casa de la Botica es la misma en la que vivió Alfredo Barbosa, personaje de La hojarasca. La ceiba del patio de la casa natal de García Márquez, ahora un museo, se transmuta en el almendro donde fue atado José Arcadio Buendía. Las flores amarillas que caen de un arbusto que llaman «lluvia de oro» son las mismas que se precipitaban a Macondo desde el cielo. El canal de riego transformado en acequia para el baño en el Parque Lineal Macondo evoca el río que desviaba a su antojo la Compañía Bananera. Los vallenatos que suenan en bares y casas, en teléfonos y altavoces, nos remiten a Francisco el Hombre, el personaje de 200 años que en las letras de sus canciones llevaba las noticias del mundo a Macondo.
A la salida de Aracataca, tras haber degustado el último jugo de tamarindo y dejado atrás calles forradas de hojas de buganvillas, un mural con el rostro de Gabo y una frase sirve de broche final a este viaje por el Caribe colombiano: «Me siento latinoamericano de cualquier país, pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra: Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra».
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