Bután es un país fascinante, tan hermético como estimulante. De hecho, llegar hasta él es de por sí toda una aventura. Y no por la tasa de sostenibilidad de 100$ diarios que cobra el gobierno, sino por cómo es el aterrizaje en el aeropuerto de Paro, uno de los más desafiantes y sobrecogedores del mundo. Hasta aquí llegué buscando experiencias únicas para los viajeros de Elefant Travel, la agencia de viajes que fundé y que sigo dirigiendo, en este país que recibe a menos de 1.000 españoles al año.
En Bután, el budismo está presente en cada rincón, desde las innumerables estupas hasta los impresionantes dzongs (templos-fortaleza), y en el constante ir y venir de monjes, muchos de ellos niños. Intrigado por cómo estos jóvenes terminan en los monasterios en lugar de con sus familias o en la escuela, decidí obtener un permiso especial para pasar una noche en uno y así comprenderlo de primera mano. No es común que un extranjero duerma en un monasterio en un país que apenas ha comenzado a abrirse al turismo.
![Chorten](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/31/chorten_81883a49_240531125846_1200x675.jpg)
El Chorten Nyingpo Lhakhang, fundado en el siglo XVIII para albergar reliquias del venerado Guru Padmasambhava, mantiene la atmósfera del pasado intacta. El monasterio celebra cada año el festival de máscaras Tsechu en honor al gurú. Al entrar por sus puertas, uno se siente de inmediato transportado al siglo XVIII.
Los monasterios viven de donaciones, no son lugares que alberguen huéspedes. Los monjes duermen hacinados en celdas compartidas sobre esterillas en el suelo, sin calefacción en un país donde los inviernos en los Himalayas son gélidos. El lama me brindó una cálida bienvenida, incluso consiguió un radiador y una colchoneta para mi celda. Durante nuestras conversaciones, le mostré Chat GPT en mi teléfono móvil, despertando su asombro e incredulidad.
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En Bután, la educación sigue dos vías: la occidental y la monástica tradicional. Las escuelas preparan a la mayoría para el mundo moderno, mientras que los jóvenes monjes estudian escrituras budistas, ceremonias y meditación. Los monasterios funcionan como internados desde los cinco años, separando a los niños de sus familias, a las que ven solo una vez al año o cada pocos años. Ambos sistemas coexisten al 50%.
Durante mi estancia, observé cómo estos dos mundos, a menudo opuestos, convergen en el monasterio, reflejando el delicado equilibrio entre la modernización y las tradiciones que Bután enfrenta. Participé en las meditaciones diarias a las 5 de la mañana y 6 de la tarde, y vi cómo los monjes mayores enseñaban a los jóvenes a tocar las gigantescas trompetas, los tambores ceremoniales y mantenerse despiertos durante las largas oraciones evitando alguna que otra cabezada.
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Después de la oración matutina, los estudiantes memorizan escrituras para los exámenes que implican recitar miles de textos sagrados. El desayuno, a las 9, es la comida principal del día: arroz con verduras y té con manteca. Los monjes también estudian inglés, matemáticas y ciencias, pero el enfoque es principalmente religioso. Entre clases, los monjes limpian, lavan su ropa y encuentran tiempo para su afición favorita, el fútbol.
La vida en el monasterio es austera, con condiciones difíciles. Los jóvenes no son monjes, sino estudiantes internos provenientes de familias tradicionales o de bajos recursos. UNICEF ha intentado mejorar las condiciones de vida de estos niños en el entorno monástico, pero las tradiciones son profundamente respetadas.
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A los 18 años, deben decidir si siguen una vida monástica, lo que implica un retiro de un año como ascetas. Durante este tiempo, viven en una cueva o choza, donde sus familias les llevan comida, pero sin mantener contacto directo.
Pasar una noche allí me hizo comprender que el futuro de este pequeño reino depende de mantener el equilibrio entre ambos mundos
Mi experiencia en Chorten Nyingpo Lhakhang me permitió apreciar el delicado equilibrio entre la modernidad y la tradición. Las escuelas preparan a los estudiantes para el mundo actual, pero los monasterios siguen siendo guardianes del núcleo espiritual de Bután. Pasar una noche allí me hizo comprender que el futuro de este pequeño reino depende de mantener el equilibrio entre ambos mundos. Fue más que una simple visita a un monasterio; fue una inmersión en la milenaria cultura butanesa y un privilegio haber sido testigo de esta historia, aunque fuera solo por una noche.