En este entorno tan singular, el primer bailarín es el agua. De alguna forma u otra, siempre está presente, avanzando a su antojo e, incluso, sorprendiendo en pequeños canales y estanques en cuyo entorno todo es primavera. Lo que parece una obviedad es un milagro: sin el caudal que baja de la meseta de Bié, en Angola, este paisaje sería solo un desierto. De ahí que el viajero, nada más llegar, se quede desarbolado al comprobar que las sendas se esculpen sobre la arena del Kalahari.
El verde manto que nutre la hierba, los arbustos y los árboles es un espejismo porque, en cuanto uno se aleja de cualquiera de los tentáculos acuáticos que esculpe el Okavango, solo hay alopécicos bosques de mopanes y, si acaso, alguna charca alimentada por las lluvias de diciembre.
![Guepardo](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/17/guepardo_67bbdab5_240517192631_1200x800.jpg)
Aquí todo está vivo. De hecho, es inevitable pensar que el humano está ante uno de los pocos rincones del planeta donde la naturaleza ha vencido, donde la humanidad no ha sido capaz de domesticar el entorno, donde se ha rendido ante un ecosistema tan hostil como fascinante. Recorrer la reserva de Moremi o los llanos de Vumbura es lo más parecido que hay a conectar con aquellos homínidos que, por primera vez, se irguieron sobre dos piernas. Con la ventaja, en este caso, de mirar por encima de los pastos para saciar la curiosidad, no para sobrevivir.
Bajo los pies, la tierra no para de bailar. Y no, no es una metáfora. En 2017, toda la zona de Ngamilandia (el norte de Botsuana) sufrió un terremoto de 6,5 grados en la escala de Richter que, aparentemente, no causó daños materiales. Pero lo que los sismólogos no identificaron fue el cambio en el paisaje que este sismo generó y sigue provocando. Los guías de las reservas locales en las que se ofrecen safaris por precios muy dispares, llevan semestres detectando cómo la tierra se ha inclinado hacia el este, cómo el agua empieza a preferir este lado del delta y cómo su avance está horadando y llenando de vida la planicie que hay entre la Chief’s Island y el río Linyanti. No, no es un cambio traumático, pero sí que es una demostración de que el Okavango es un destino que no cesa de transformarse.
![Elefantes](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/17/elefantes_92545ace_240517192657_1200x800.jpg)
Este golpe de timón de la naturaleza está cambiando lentamente el hábitat de hipopótamos, leopardos, leones, jirafas… La ventaja de Botsuana es que es un país sin vallas, por lo que los animales se mueven al libre albedrío entre parques naturales, reservas y naciones. Son ellos los que marcan y eligen su hogar en migraciones, como la de las cebras, que son maratonianas y espectaculares.
De ahí que en el Okavango nada sea predecible, aunque siempre consigue sorprender. En una mañana es posible avistar un guepardo cazando impalas, centenares de búfalos ocupando una charca y varias águilas africanas controlando el tráfico aéreo y terrestre. Y la mañana siguiente, solo encontrar a algún antílope cubriéndose las espaldas camuflado entre pastos blanquecinos que parecen pétalos nevados. En esta imprevisibilidad radica su encanto, porque África también enseña al occidental a ser paciente, a adaptarse a unos ritmos que nada tienen que ver con los de la ciudad.
![Mokoro](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/17/mokoro_45ea7e2c_240517192852_1200x798.jpg)
En el delta hay solo dos cosas aseguradas. Por un lado, los atardeceres caleidoscópicos, cinematográficos y apabullantes de un sol que languidece en un cielo más grande. Por el otro, la presencia imponente de los elefantes, los auténticos monarcas del Okavango, capaces de reinar entre las aguas y de vagar por sendas centenarias creando, a su paso, pequeños canales por donde el río se abre paso. Todo está conectado.
Por eso, no hay mejor sinécdoque de la majestuosidad de Botsuana que unos elefantes caminando en las últimas horas del día. Su figura, parsimoniosa pero imponente, protagoniza la portada de este número de Viajes National Geographic en el que María Eugenia Casquet se adentra en este santuario natural a través de un recorrido por el país complementado por los colores brutales del Kalahari y por la exuberancia del parque nacional de Chobe. Un gran viaje para un destino capaz de devolver a cualquier viajero el espíritu aventurero mezclado con la honestidad del sur de África. ¡Pula!