QUIEN NO ARRIESGA NO GANA
Es muy complicado resumir la trayectoria de La Vinyeta en pocas líneas. Pero se podría decir que todo empieza por dos jóvenes que pusieron toda su esperanza en un terreno muy fértil que se creía yermo. Las cuatro hectáreas de cepas de entre 50 y 80 años de cariñena y garnacha eran propiedad de un agricultor que había perdido la fe en el sector, pero que se prestó no solo a vender los terrenos a la pareja, sino también a brindarles toda su experiencia y su cariño por la tierra.
Esto fue en 2002. Dos años después adquirieron fincas colindantes para plantar más viñedos, y en 2006 elaboraron su primer vino, ya con 40 hectáreas y 19 variedades de uva a las espaldas. Aquel fue el arranque, pero después vino mucho más. Y es que La Vinyeta es, además de una bodega, un proyecto que rinde homenaje al modelo antiguo de masía, donde el autoabastecimiento múltiple es la tónica.
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Josep y Marta elaboran vino, sí, pero también aceite, vinagre, queso y conservas, además de tener sus propias gallinas y un rebaño de ovejas. Todo un engranaje de economía circular que se preocupa por el ecosistema combinando las técnicas más tradicionales con las más modernas, respetando la sabiduría y el entorno sin renunciar a la visión de futuro que, en su mente, nunca deja de crecer.
Lluis Serra, hermano de Josep, también forma parte del proyecto como el encargado del diseño de La Vinyeta. El etiquetado de las botellas, el logo corporativo y el embalaje del resto de sus productos viene de su prestigiosa mano, merecedora de varios premios Laus por su elegancia y la cohesión de la imagen del proyecto con su razón de ser.
VINO SIN LÍMITES
Uno de los tres grandes pilares de La Vinyeta, además de su creciente despensa y las variadas experiencias enoturísticas, es el fruto de sus uvas, muy querido no solo en el Empordà, sino más allá de las fronteras del país. Sus tres vinos insignia son un reflejo de la historia de la bodega. El Heus (érase una vez), el Llavors (entonces) y el Puntiapart (punto y aparte) corresponden al inicio, el crecimiento y la madurez de su proyecto.
Los de pequeña edición son los Microvinos, monovarietales de las vides más antiguas y los microclimas más marcados de los que se elaboran pocas botellas con las técnicas más ancestrales. El Mig Mig es otra de sus creaciones más reducidas, un concepto de vino diferente que mezcla garnacha con una variedad experimental, la marselan.
Los Vinos de Piedra, en cambio, son un proyecto personal de Marta, que rinde homenaje con ellos a sus orígenes, en la Conca de Barberà. La pareja también elabora vinos especiales: Sols (dulce), Sereno (generoso seco), ÉS Poma (mistela y zumo de manzana) y un vino de aguja con levadura de cerveza (El Fil), entre otros que van incluso más allá del sabor, como su Àlbum, una producción de tan solo 180 botellas elaborada en grandes vasijas cerámicas enterradas en la viña o el Boscà, un destilado de vino con hierbas aromáticas de la finca.
MÁS ALLÁ DEL SABOR
Aunque todos los vinos de La Vinyeta son singulares, los más especiales son dos vinos solidarios que tratan de ayudar a dos colectivos muy diferentes. Los Monos son dos monovarietales con los que colaboran con la Fundación Mona de Girona, que rescata primates maltratados, para recaudar fondos. La Garnatxa valenta es el vino con el que ayudan al Hospital Sant Joan de Déu a conseguir financiación para la investigación contra el cáncer infantil.
La solidaridad social no acaba aquí. Josep y Marta también trabajan con la Fundación TRESC para motivar la inserción laboral de personas de diferentes capacidades. Y tras esta viene la solidaridad medio ambiental, pues el empeño de la pareja por conseguir mejorar el ecosistema siempre ha sido un factor determinante de su proyecto. En 2009, La Vinyeta ya fue pionera en producción integrada, con un cultivo sostenible.
En 2017 se alzó con el premio nacional de enoturismo a la mejor bodega de Cataluña, en 2018 fue elegida la Mejor Bodega por la Asociación Catalana de Sumilleres y en 2024 Respon.cat le premió por su concienciación con el medio ambiente y su responsabilidad social. Y es que el trabajo que se ha hecho en La Vinyeta no se ha centrado solo en el vino. Casi toda la finca funciona con energía solar, se ha reducido el regadío con la plantación de nueva viña en vaso y su reutilización de las aguas va a parar al compost que generan las ovejas, las gallinas, la viña y los olivos.
La reducción del uso de vidrio, el trabajo en proyectos como Visens, que busca implantar sensores en las tinas para controlar los procesos de calidad de manera más eficiente y la colocación de colmenas para recuperar abejas y, además, contribuir a la polinización y la adaptación de las viñas a las Terreras, un pájaro en peligro de extinción es loable, cuanto menos. Sin olvidar que la diversificación de su negocio responde sobre todo a la necesidad de aprovechar al 100% los recursos.
DE LA TINA A LA MESA
Por la cabeza de Josep y Marta no pasaba la idea de ser algo más que una bodega, pero crecieron de una manera orgánica y muy natural. Paralelamente a la recuperación de la viña trabajaron los olivos centenarios que se encontraban en la finca, no solo por las memorias que de allí tenían los vecinos, sino también para dar valor a la variedad autóctona, argudell, característica por su picor y amargor, que acompaña en la mesa con el nombre de Olivar Fosc.
Entre sus olivos también dispusieron algunas colmenas para polinizar el entorno y conseguir una certificación de producción ecológica, por lo que se forzaron a convertirse también en apicultores. Y del aceite y la miel al vinagre, pues la pareja se hizo con dos barricas de más de 80 años de una antigua vinagrería con las que hacen también vinagre de vino. Realizado según el método tradicional para mantener sus aromas más puros, Ojú! Vinagre va desde el color amarillo más vivo al rojo más intenso.
Los residuos de la bodega, como pepitas, pieles y demás, les dieron otra idea que era, en realidad, un 2×1: darle un uso como alimento para gallinas y recuperar así la raza autóctona del Empordà, que casi desaparece durante la Guerra Civil. Pronto, el puñado de aves se convirtió en un corral de 2.000, cuyos huevos van a parar a restaurantes como el estrella Michelin Miramar, de Llançà.
No contentos con todo eso, Josep y Marta trajeron un rebaño de 350 ovejas para pastorear las viñas durante los meses de invierno. Esto derivó inevitablemente en la necesidad de darle un uso a su leche, así que la pareja se embarcó en otro proyecto en 2019, la quesería, donde también trabajan la leche de cabras y vacas de otros rebaños cercanos. El resto del año, las ovejas trabajan enRamats de Foc, una asociación que ayuda a prevenir incendios gracias al trabajo de estos animales en zonas delimitadas por los bomberos.
VIVIR LA VINYETA
Pasar por La Vinyeta puede dejar recuerdos de muchos tipos. Desde la tradicional visita al viñedo y a la bodega para conocer de cerca su proyecto sostenible y la elaboración de sus vinos, hasta catas acompañadas no solo de sus propios quesos, sino también de los embutidos que elaboran los padres de Josep, charcuteros, y que se venden también en su tienda junto a sus mieles, vinagre, aceite y demás productos.
Los más gourmets disfrutarán de desayunos tradicionales del campo, calçotadas y comidas especiales y cenas bajo las estrellas dentro de los viñedos, y los más curiosos podrán contar con expertos que les expliquen todos los pormenores de las plantas aromáticas, la historia de la piedra seca o el cuidado de la viña.
Música en directo, talleres de cocina, picnics, noches astronómicas, yoga entre viñedos, recitales de poesía, sesiones de astronomía, actividades con el pastor y otras muchas relacionadas con la época del año (Pascua, vendimia, Navidad…) incluirán tanto a los mayores como a los más pequeños.
Y si al visitante no le ha dado tiempo a disfrutar de todo lo que ofrece La Vinyeta, también disponen de dos alojamientos con dos habitaciones dobles, baño y comedor de los que pueden disfrutar hasta ocho personas para poder ver tanto el atardecer como el amanecer y el cielo nocturno a escasos metros de la bodega.