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El cristianismo no solo trajo consigo la asimilación de fiestas populares paganas, sino también la apropiación de elementos y símbolos que formaron parte de cultos ancestrales en el pasado. Un ejemplo de ello es la construcción de iglesias usando como parte de su estructura una cueva con pinturas rupestres o incluso dólmenes, como es el caso de, entre muchas otras, la ermita de Santa Cruz, en Cangas de Onís.
El dolmen del interior de esta iglesia consiste en cinco grandes lajas de piedra que, junto a otras dos algo más pequeñas, marcan un rectángulo imaginario. La ermita de Santa Cruz se alza sobre él desde 737, cuando el segundo rey de Asturias, Favila, y su esposa, Froiluba, mandaron construir una capilla en honor al padre de él, Pelayo, y a la Cruz de la Victoria, que enarboló durante la Batalla de Covadonga contra las tropas invasoras.
Consagrada en el 27 de octubre de ese mismo año según reza la lápida fundacional que fue reconstruida tras la Guerra Civil española, la iglesia podría ser el primer templo cristiano que se alzó en Asturias tras la reconquista. Derrumbada en el 1936 para dejar a la vista el dolmen que la realeza había decidido respetar en su construcción, la ermita fue restaurada por segunda vez – la primera fue en 1633 – gracias a las fotos que se guardaban del lugar.
Hoy en día, la Cruz de la Victoria, símbolo de la bandera junto a la Alfa y la Omega, descansa en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo como una auténtica joya de la Edad Media. El dolmen, que ya establecía el lugar como sagrado desde hace más de 5000 años, se puede ver desde su interior, en una cámara de más de tres metros de altura construida con piedras extraídas de los ríos de los alrededores.
El conjunto, declarado Monumento Nacional en 1931, está decorado con motivos geométricos y otros grabados y dibujos, y en él se encontró también un hacha que ahora descansa en el Museo Arqueológico de Asturias.
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