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Un cormorán sobrevuela el puente Euskalduna, esa singularidad curva de Javier Manterola que planea sobre las mareas de la ría. Se sumerge una y otra vez hasta que, por fin, sale con una lubina en el pico. Junto a los diques del antiguo astillero que hoy son parte del Museo Marítimo, varios jóvenes abordan sus tablas de paddle surf y aprovechan para darse un chapuzón.
Hace dos décadas estas imágenes eran imposibles. El Guggenheim acababa de ser inaugurado y Bilbao nadaba entre la incredulidad y la esperanza. Pero los bilbaínos demostraron que el amor por su ciudad, el Botxo, iba a ser capaz de reinventarla y de transformarla en un buen lugar para vivir o visitar. Es precisamente en Bilbao donde comienza esta ruta (en coche o moto) al encuentro de algunos de los paisajes imprescindibles del País Vasco.
LA BILBAO CONTEMPORÁNEA
El cormorán sobrevuela la corriente bajo la mirada cómplice de Carola. La veterana grúa portuaria, elegancia de hierro bermellón, recuerda la reciente historia industrial. Ría adentro, a babor, se alza el monte Artxanda, cuyo funicular conduce a las vistas más impresionantes de la urbe. A estribor Abandoibarra, el eje de la Bilbao renovada: el Palacio Euskalduna, sede de congresos y óperas; la Torre Iberdrola de César Pelli; la biblioteca de Deusto, de Moneo; la Bizkaia Aretoa, de Álvaro Siza; el Guggi de Gehry, y su fiel Puppy, el florido westie terrier de Jeff Koons; las torres gemelas de Isozaki Atea, el puente Zubizuri de Calatrava…
Cuando este ave dobla el meandro del Ayuntamiento, la vista se funde con el Bilbao de siempre. Aquí espera el Casco Viejo, las Siete Calles, su corazón sentimental y unamuniano, donde confluyen historia, comercio, ocio y buen yantar. Y en la margen izquierda, los ensanches, un ejercicio de arquitectura ecléctica que ofrece un recital de coherencia y armonía. Todo ello aderezado con una las mejores pinacotecas del Estado, el Museo de Bellas Artes.
el pionero puente de vizcaya
Los montes delinean los límites de la ciudad y enmarcan su ventana al cielo… y al mar. Un mar cercano que se abre tras el Puente Colgante, el primer transbordador en su género y el más antiguo en servicio, un hito que le hizo ganarse la protección de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Une Portugalete y su torre de Salazar con la señorial Getxo, de bellas mansiones, puerto deportivo y las primeras playas de este recorrido. Merece la pena subir en él, contemplarlo o, incluso, animarse a subir a su pasarela superior en las visitas guiadas donde aventura y patrimonio van de la mano. Tras este encuentro con la joya industrial, Getxo espera con sus casas indianas, su arquitectura con guiños ingleses y un puertecito que, junto a cuatro calles antiguas, son un guiño al pasado pesquero de esta localidad.
PLENTZIA Y LAS PRIMERAS PLAYAS
La civilización, al menos el progreso más urbanizado, se deja atrás en cuanto se llega a la playa de Plentzia. Se trata de un arenal de arena fina y dorada, ideal para procrastinar incluso cuando el buen tiempo no acompaña, ya que su belleza es hipnótica. No muy lejos se abre el puerto, pequeño y pintoresco con numerosos bares y restaurantes que dan fe de su riqueza marítima, si bien el cercano faro de Gorliz es la excursión más recurrente para aquellos que quieran mirar al Cantábrico a los ojos. Y para quien quiera beberlo, aquí se ubica una curiosa bodega que madura sus vinos en el fondo del océano.
San Juan de Gaztelugatxe
San Juan de Gaztelugatxe, transformada en Rocadragón de Juego de Tronos, es el símbolo de una Euskal Herria que aúna modernidad y tradición y que vive, desde sus montañas, en comunión con la mar. Visitarlo es descubrir la relación de esta región con el mar y sumarse a una peregrinación que comienza ascendiendo sus numerosos escalones, continúa contemplando, a lo lejos, el flysch que lo rodea y finaliza visitando la ermita y tocando la característica campana, ya roída por el paso de turistas tras el boom de la ficción de HBO.
BERMEO Y MUNDAKA
Tras la parada obligatoria en el islote más famoso de la costa vasca, dos localidades sorprenden al viajero con su carácter propio. Por un lado está Bermeo, un gran puerto que aún mantiene una incipiente industria conservera. Aquí la buena vida se hace notar en las tabernas marineras que comparten paseo con las barquitas, barcos y balleneros que se mecen en sus muelles. De su importancia como enclave marítimo dan fe también los restos de la muralla que protegía sus construcciones y, también, el Museo Marinero que escarba en el pasado y las tradiciones heredadas de los oficios relacionados con la pesca.
Mundaka, por su parte, es una mezcla perfecta de esencia costera vasca con el aderezo que le da su ola de izquierdas, imán para surferos de todo el mundo. La combinación de casas tradicionales vascas, ermitas de piedra y tablas coloridas hacen que este precioso pueblo del País Vasco sea muy singular.
Reserva de la Biosfera de Urdaibai
En la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, la biodiversidad juega con la historia y el arte. Las aves pululan entre marismas bajo el encinar cantábrico, ajenas a las formas de colores que acechan en el bosque totémico de Ibarrola, indiferentes incluso al viejo roble que, en Gernika, habla de libertad. Ser humano y entorno se funden entre olas cabalgadas, el mimo con que el baserritarra (aldeano) cuida el producto de la tierra y las proas enfiladas hacia donde el piélago provee de abundancia. Porque aquí la sal se diluye por igual en la placidez y el esfuerzo, en la lluvia y en la luz, ya sea caminando, contemplando, navegando o pintando, como aquel Sorolla que descubrió los paisajes vascos. Mientras, en el estuario, los arenales bailan con el islote de Txatxarramendi al ritmo acompasado e inmutable de las pleamares.
LEKEITIO Y LA ISLA MÁGICA DE SAN NICOLÁS
En Lekeitio cuando la marea baja permite caminar hasta la isla de San Nicolás desde la playa de Insuntza. Al pasear por sus calles se respira cierto aire aristocrático, fruto de aquellos días de veraneo de la realeza. La tardogótica basílica de la Asunción es un alarde de donaire sin altanería pero sabedora de su prestancia, y complementa a la perfección los toques galantes de los palacios Uriarte y Abaroa. Elantxobe, sin embargo, es todo él popular. Aferrado a su origen de redes y remos, parece que surge del mar para trepar la ladera del Ogoño en un equilibrio inaudito. Es una ola inversa petrificada en el tiempo y, sin duda, uno de los pueblos más bonitos de la costa.
ONDARROA Y SU ESENCIA MEDIEVAL
Costeando entre requiebros azarosos de acantilados, praderas que ruedan y árboles que besan las aguas, calas ásperas y playas huidizas, aparece Ondarroa. Su sinuoso trazado medieval salva el serpentear postrero del río Artibai. Su Puente Viejo sujeta ambas márgenes con su asimétrica hechura de pasos antiguos.No muy lejos, tierra adentro, circula el Camino del Norte compostelano, en uso desde al menos el siglo x.La ruta cruza el litoral éuskaro de este a oeste y tiene una parada destacada en el monasterio gótico-renacentista de Zenarruza. El empedrado que conduce a su postigo es el mismo que durante mil años ha pisado el ardor de la fe.
MUTRIKU: SU PUERTO Y MÁS ALLÁ
Siguiendo en dirección a San Sebastián aparece la siguiente parada. Mutriku es un precioso puerto pesquero donde nació el almirante Churruca, célebre por su expediciones cartográficas y su participación en la batalla de Trafalgar, donde murió en 1805. Sus empinadas callejas encierran un conjunto histórico de casonas como Gaztañeta y Olazarra, palacios como Zabiel y Galdona, y la neoclásica iglesia de la Asunción.
ZUMAIA, SU ERMITA Y SU IMPONENTE FLYSCH
Zumaia abre la puerta del Geoparque de la Costa Vasca. Desde la playa de Itzurun y la ermita de San Telmo, su flysch dibuja un paraje de rasas infinitas y estratos verticales propios del zarpazo de un oso. Este fenómenos se caractariza por sus rocas dispuestas como milhojas en los acantilados y como largas filas de dientes en el suelo y resulta absolutamente espectacular. La vista de esta formación con la iglesia de San Telmo en lo más alto es uno de los momentos álgidos de este road trip mientras que el lugar donde la tierra más se retuerce es Sakoneta, a medio camino de la playa de Deba.
GETARIA ENTRE TXAKOLÍS Y BALENCIAGA
Getaria, cuna de personajes tan dispares como Elkano y Balenciaga, tiene un recoleto casco urbano que hunde raíces en el medievo. Además de una arquitectura popular que delata su vocación marinera, cuenta con edificios sobresalientes como la gótica iglesia de San Salvador, las casas-torre de Ibañez de Laso, de Aldamar y de Zarauz, la casa barroca Larrunbide o las góticas de la calle San Roque.
ORIO Y ZARAUTZ: ENTRE SURFEROS Y TRAINERAS
Orio se esconde en un brazo de mar, recogido sobre un recodo donde sobresale la preciosa iglesia barroca de San Nicolás de Bari. Su nombre es sinónimo de besugo a la parrilla y de traineras. Zarauz es playa y es surf, pero también una variada arquitectura de diversas épocas representadas, por ejemplo, en el palacio de Narros, la Torre Luzea, el conjunto arqueológico Santa María la Real o el palacete Zeleta Berri.
San Sebastián Y LA BAHÍA IRRESISTIBLE
En Donostia, el mar, real y aprehensible, es la beldad encarnada en la bahía de La Concha. Es un mar que estalla en olas cuando, enfadado, forma montañas de agua y espuma sobre el Paseo Nuevo; o que, calmado, acaricia la piel arenosa de las playas de Ondarreta, La Concha y Zurriola. Desde esta última, la sencillez de líneas de los cubos del Kursaal de Moneo chocan con el clasicismo del hotel María Cristina y del Teatro Victoria Eugenia, nombres regios en una ciudad famosa por su festival de cine y de jazz.
Bajo el monte Urgul se reúnen el Aquarium, el Museo Marítimo y el puerto deportivo. Al lado se abre la Parte Vieja, el centro histórico y meca de esa sublime gastronomía en miniatura que es el pintxo.
El laberinto de calles de la Parte Vieja se mueven entre el Museo San Telmo y la fachada barroca de la basílica de Santa María del Coro. Desde el Boulevard alcanzamos el Ayuntamiento, antiguo casino de finales del xix. Es la antesala de La Concha, epítome de la idiosincrasia donostiarra y un dulce paseo urbano cortejado por una baranda blanca que más parece un ribete de encaje. Desde los jardines de Alderdi Eder hasta el palacio de Miramar y más allá, hasta el Peine de los Vientos de Chillida, su sonrisa dorada y azul rivaliza con la media luna que ilumina las noches en creciente. Y al final, el funicular que remonta el monte Igeldo. Su parque de atracciones con carruseles, barcas y una nostálgica montaña suiza despierta la inocencia, mientras que sus miradores llenan los ojos de belleza.
ÚLTIMA PARADA: hondarribia
La capital guipuzcoana se abandona tras pasar por Pasaia, centro logístico y gran puerto donde destacan las instalaciones de Albaola, un astillero que investiga y recupera los métodos de construcción de barcos antaño. Tras superar la espina dorsal que supone el monte Jaizkibel y sus impresionantes acantilados, se llega a Hondarribia, donde el Bidasoa se llena de sal y centenares de aves buscan descanso y sustento en la bahía de Txingudi. Su Parte Vieja es un auténtico viaje en el tiempo, con bastiones como el Castillo de Carlos V, una fortaleza que tiene su origen en el siglo X cuyas murallas hoy son un mirador perfecto. Luego están sus numerosas casas que ensalzan la arquitectura tradicional vasca, con su entramado de madera pintado de alegres colores y sus balcones floridos. Mención aparte merece la Iglesia de Santa María de la Asunción, un templo gótico con una impresionante fachada y un interior deslumbrante. Subir a su torre y contemplar el confín del País Vasco es una guinda sublime para este road trip.
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