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La frontera lo fue todo. Hace no mucho, la Península Ibérica se unió en pos de la Reconquista y, después, Castilla y Portugal pelearon por la hegemonía de este territorio. Es decir, que entre unas cosas y otras, el país vecino tuvo que defenderse, rearmarse, esforzarse y levantar fortalezas, castillos y murallas con las que repeler al enemigo. Hoy aquellas fortificaciones sirven para embellecer el paisaje, recordar tanta historia e inspirar un viaje con atardeceres con sonido a fado, sabor a bacalhau y regusto inolvidable.
Óbidos
En Óbidos solo hay dos estaciones: verano medieval y las demás. Y es que es localidad, durante los meses más cálidos, organiza un mercadillo de época bastante trabajado y consolidado que le da ese puntito de atrezzo con el que el viaje en el tiempo es total. Y no resulta artificial, ya que esta localidad ubicada en la costa centro del país es el conjunto amurallado más espectacular a este lado de la frontera. Sus almejas son recorridas diariamente por decenas de visitantes que se embelesan con sus torreones, curvas y baluartes hasta desembocar a las puertas de su castillo. Otros, directamente, pierden la vista en esas callejuelas encaladas donde no faltan ni los azulejos ni las plantas colgantes. En definitiva, Óbidos bien sirve tanto para una batalla como para un amor de verano.
Monsaraz
La tensión con los vecinos castellanos hizo que, durante siglos, la franja fronterizas del Alentejo y el Algarve se armara hasta los dientes. La conocida como Raya (que afectó a todas las zonas limítrofes de ambos países) tiene en la zona de Extremadura-Alentejo su mayor concentración de fortalezas y pueblos amurallados. La ausencia de un río que ejerciera de barrera hizo que cada promontorio se peleara y se defendiera con uñas y dientes. Más de medio milenio después, las poblaciones que crecieron encorsetadas por estas murallas lucen con especial esplendor. Ejemplo de ello es Monsaraz, un pueblito que se ha afanado en cuidar sus referencias al pasado, sacar brillo a los muros, adoquinar sus calles y convertir su castillo en un espléndido mirador para perder la vista en el horizonte de agua dulce de Alqueva.
Marvão
La sierra de San Mamés, que limita con el Tejo al norte, le da un cariz mucho más montañoso y épico a ese pueblo fronterizo. A simple vista, atemoriza con su poderío defensivo, con ese aspecto un tanto hostil. Pero,en cuanto se cruzan sus puertas tras ojear el Convento de Nuestra Señora de Estrela aparece un muestrario de rinconcitos con encanto con alma y colores sureños. Y después se desvelan sus monumentos inesperados por su belleza y su tamaño, como es el caso de los versallescos jardines de Santa María o el recorrido por su castillo, mucho más amplio de lo que se intuye.
Silves
Quien crea que el encanto rural del Algarve incluye siempre la estampa de unas barcas descansando en la orilla está muy equivocado. Tierra adentro, esta región tan de sol y playa cambia las sombrillas por las almenas en un abrir y cerrar de ojos. El ejemplo más claro de esta doble vida marinera-guerrera es Silves, la fortaleza encargada de defender el oeste de esta región y que hoy sobresale por haber sabido crecer con prosperidad sin entregarse al guirismo ni haberse resignado, nostálgica, a un futuro limitado por sus murallas. Es decir, que aquí no todo son baluartes ni cañonazos.De hecho, la catedral es, en muchas ocasiones, el icono de la ciudad sin desmerecer a sus portentosas puertas de piedra rojiza ni a sus calles peatonales en las que las terrazas le dan el plus lisonjero a tanta Reconquista.
Estremoz
De Estremoz se sabe que fue una población relevante desde la Prehistoria. De hecho, aquí se halló el famoso brazalete de Estremoz, una muestra única de la orfebrería de la edad de Bronce en la península. Eso sí, lo que atrae a todo el mundo hasta aquí es su estampa medieval y lo delicado de sus construcciones, la mayoría de ellas a medio camino entre el estilo gótico y el manuelino. Es decir, que aquí no hay un sillar mal puesto ni ninguna anomalía que se salga de la estética alentejana más flamígera. De ahí que todo, prácticamente todo, sea bello en este lugar, desde las puertas de las murallas hasta su imponente castillo. Todo ello sin olvidar su sinfín de iglesias, conventos y monasterios donde rezar antes de la contienda.
Ericeira
Las murallas, baluartes y fortalezas que asoman en cada mínimo cabo de la costa de Ericeira recuerdan a aquella época en la que esta localidad era clave en las contiendas marítimas. No obstante, este pasado está menos presente que su estatus de villa marinera y de meca del surf. Una combinación que mezcla moderneces con barquitas y que le da un color diferente a esta localidad. Descubrirla es recorrer sus callejuelas encaladas, asomar en cada mirador para coger, con la retina, la última ola y pasear su playa y espigón desde donde, ya sí, Ericeira asoma inexpugnable.
Castelo do Vide
Vuelta a La Raya para hollar este pueblo de pasado militar pero con una esencia mucho más romántica. De hecho, dicen que rey Pedro V la llegó a llamar la Sintra del Alentejo por cómo los muros conviven con palacios, jardines y calles con encanto. ¿Sus imprescindibles? Las mansiones que la reinventaron a partir del siglo XV sin olvidarse del Burgo Medieval del siglo XIII y su antigua sinagoga.
Trancoso
Esta portentosa villa reina en la Sierra da Estrela e impone desde el primer instante. ¿Por qué? Pues a causa de unas murallas de color oscuro, sólidas y de aspecto impenetrable que es, a día de hoy, su emblema y su postal más destacada. No obstante, en su interior conserva otro tipo de guiños medievales entre los que sorprenden las casas judías que impulsaron el comercio durante la Baja Edad Media. Se identifican por una curiosidad: tener dos puertas, una para acceder a la vivienda y otra para entrar a la tienda.
Monsanto
Hay pueblos que parecen estar condenados al medievalismo y uno de esos es Monsanto. Su emplazamiento, en un pintoresco promontorio granítico, hace que todo aquí sea rupestre y viejito. Eso sí, su encanto va más allá de ver cómo rutina y pedruscos conviven sin hacerse preguntas. Y es que este enclave fue muy relevante para vigilar la frontera con Castilla, de ahí que su baluarte siga reinando poderoso y que sus callejuelas estén repletas de capillas e iglesias.
Sortelha
Sortelha es silenciosa y norteña. Y, sin embargo, está prácticamente en la misma latitud que Madrid, lo que extraña a simple vista. Más allá de esta paradoja, lo que sorprende de este pueblito es cómo está amurallado y cómo sus elementos defensivos siguen estando hoy presentes en cualquier esquina, ya sea en forma de rollo o de puerta atemorizante.
Elvas
Cuando los ojos se encuentran con Elvas desde la lejanía, la primera sensación que transmite es que debe de estar en la montaña más alta de Portugal. Y no es así. Eso no quita que su apariencia sea dominante, sobre todo vista desde el Guadiana, y que su estampa llame la atención de todos aquellos que se acercan a la frontera. Pero aún hay más. Y es que antes de entrar en materia militar, Elvas asombra con su acueducto levantado entre los siglos XV y XVII con el que da la bienvenida a todo forastero. Después, esperan los diferentes fuertes dentro y fuera de la ciudad, como es el propio castillo o el Forte da Graça con su particular forma de estrella.
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