“Grasssias”, dice un extranjero, enfundado en un anorak plástico, a una camarera en el mirador das Virtudes. “No, no, aquí se dice obrigado”, le contesta ella con una sonrisa y en perfecto inglés. Y le pone encima de la mesa un café ardiente, negro y amargo como la muerte, acompañado de un pastel de color amarillo fosforito y una copita de vino dulce. Se puede pagar con tarjeta, pero solo con multibanco, el sistema interbancario local, así que el tipo se marcha a sacar dinero. He presenciado esta situación decenas de veces desde que me mudé a Oporto y no deja de parecerme un buen resumen de la relación entre la ciudad y sus visitantes.
Deconstruir la escena puede ayudar a identificar todos los elementos que convertirán un fin de semana en Oporto en un desafío. Porque, teniendo en cuenta unos consejos sencillos, la cosa puede cambiar bastante y la ciudad descubrirá todas sus virtudes, que no son pocas.
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![Atardecer Oporto](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/atardecer-oporto_e984f4ca_F_240426120210_1200x800.jpg)
No se dice “gracias”, sino “obrigado”
El primer detalle es que Oporto (y Portugal, en general) no es una España azulejada, con vino dulce, delicioso café, bacalao y pasteles de nata. Por mucho que la fisionomía de las ciudades y el aspecto de las cosas puedan recordar a su vecino, Portugal tiene su propia manera de estar en el mundo. Parece obvio, pero tenerlo presente ayudará a derrumbar la habitual barrera comunicativa con los portugueses.
Empezando por el idioma: muchos extranjeros creen que es el mismo (el castellano), y eso no gusta del todo. No habrá más que una pequeña corrección y una mirada despectiva, pero el daño está hecho.
Un caso específico es el de la mayoría de los españoles (y son muchos), que, aun reconociendo la existencia del portugués, optan por no hacer ese pequeño esfuerzo. “Cuánto cuesta, gracias, buenas tardes, exquisito…”, se oye por todas partes.
Debido a su paciencia y una cortesía admirables, los portugueses quizá no reprochen la omisión mental de la frontera, y quizá ni siquiera les parezca mal que les quiten la soberanía. Pero esta confusión yergue automáticamente un muro entre el visitante y la ciudad.
![Metro Oporto](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/metro-oporto_a41f80f0_240426121149_1200x801.jpg)
No tengas prisa
La paciencia, por cierto, está interiorizada y se aplica a todos los niveles. Se traslada a reducidos horarios de apertura, a la impuntualidad y a la parsimonia con la que todo avanza. En Oporto no debes tener prisa. Si planeas muchas actividades, mejor vente una semana entera, pero bajo ningún concepto intentes hacer las cosas rápido, porque no ocurrirá.
La cola en las cajas de la tienda, los peatones en las aceras, la espera en un restaurante, las escaleras mecánicas taponadas. Hasta el metro va lento. Todo lento. Si lo aceptas, podrás disfrutar de una educación y una amabilidad más típicas de la casa de una abuela que de una ciudad gentrificada de un millón de habitantes. La ceremoniosidad portuguesa es un fenómeno digno de disfrutar con su misma lentitud.
![Fado](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/fado_ddbab2af_240426121521_1200x800.jpg)
Si oyes fado, no hables
Un buen ejemplo del ritmo de vida portugués es esa tradición, tan real como escondida, que es el fado. Puede aparecer en cualquier bar, en cualquier momento, siempre y cuando el artista considere que el público lo merece. Si ocurre, si por casualidad lo presencias, más vale no interrumpirlo. Es mejor callarse, quedarse quieto, dejar los cubiertos y el vaso sobre la mesa, aunque no te interese.
Porque es cuestión de segundos que cualquier humano con orejas sucumba a la tremenda solemnidad de la voz y la guitarra, y no querrá que termine. Hace justicia a la poética de la saudade y a la belleza del desamor, pero es el fado quien te elige a ti; cuesta encontrar el auténtico.
![OPorto](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/oporto_808551c7_240426121652_1200x800.jpg)
En Portugal no intentes a aprender portugués
Volvemos al idioma. Aunque resulte contradictorio con el primer punto, lo único que parecen querer los portugueses es el reconocimiento de su idioma. Ahora bien, en cuanto digas obrigado con acento extranjero, en el momento en que su oído afilado detecte el acento de un hispanohablante, no hay nada que hacer. El portuense se lanzará a hablar en castellano.
En Oporto se habla en el idioma del visitante, da igual que no sepan. Por eso, es el peor lugar para aprender portugués. Quien lo intente, acabará protagonizando un delirante diálogo, en el que el local habla como puede en castellano (o inglés) y el extranjero habla como puede en portugués. La ansiedad que esto produce se acaba diluyendo también cuando consigues liberarte de las prisas.
Esto es una cuestión especialmente sensible para los hispano o gallegohablantes, porque los falsos amigos pueden ser muy traicioneros. Por ejemplo, no pidas visitar una bodega, porque te mandarán directamente a la mierda. O, cuando felicites al cocinero por un buen plato, dile que es espantoso (delicioso), pero no que es esquisito (raro, extravagante). Cuando haces algo con sucesso, es que has tenido éxito y cuando pides salsa te traen simplemente perejil. Todos los niños son putos, sin que esto sorprenda a nadie. Ah, y en Portugal la meada proviene del cerdo y hay quien la come frita en el desayuno.
![Oporto comida](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/oporto-comida_f8e2e6a6_240426121805_1200x810.jpg)
Que no te intimide la gastronomía
Entre los falsos amigos y lo gastronómico, más importante que la meada son las francesinhas: lejos de ser jóvenes de Francia, son unos mazacotes cárnicos que conviene pedir con responsabilidad; preferiblemente, de resaca, en invierno y cuando lleves un par de días sin comer. Si te animas a probarla, no te dejes disuadir por las fotos de la carta o las vitrinas de los restaurantes; por algún motivo, todas son mucho menos apetecibles que sobre el plato. Una vez servida, que no te intimide su tamaño. En la plaza de Poveiros, el hub de las francesinhas, son pocos los que no la terminan.
Las raciones son uno de los trucos más importantes que tener en cuenta en los restaurantes lusos. Primero, porque lo que parece una tapita mientras esperas la comida (pan, aceitunas y mantequilla, normalmente), NO es gratis. Es el couvert y se paga bien; mucho más que los platos, en proporción.
Y, ahora sí, cuando vayas a pedir, no te pases. Pregunta si la ración es suficiente para compartir, porque suele serlo, especialmente con los platos de bacalao o los arroces. Por muy espantosos que sean, superan con creces el saque de cualquiera.
![Café Majestic](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/cafe-majestic_26a8c381_240426123832_1200x900.jpg)
NO TEMAS A LOS POSTRES AMARILLOS
Pensando ya en el postre, el 99% son de un amarillo nuclear intimidante, que se debe a la sobredosis de yema de huevo. Puedes comerlos sin miedo a que te salga un tercer brazo y, a menudo están buenos. Si las natas, o pasteles de Belém, son los más famosos es porque lo merecen. Son el hit de la cocina portuguesa y nunca hay suficientes.
Con el café, el consejo es el opuesto. Que los portugueses se vanaglorien de ingerir sin paliativos ese líquido infernal no lo hace mejor. Hay café bueno y, como en todas partes, hay muchas cafeterías, la mayoría, con café demencial, quemado y con sabor a frito. No está bueno en todas partes.
![Calle Oporto](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/calle-oporto_e82abeb1_240426124026_1200x801.jpg)
No camines por la carretera… ni en tacones
Resumiendo: no son iguales ni las costumbres, ni los tiempos, ni la comida ni el idioma. Curiosamente, (exceptuando las rotondas) sí son iguales las normas de tráfico, aunque la morfología de la ciudad no ayude a cumplirlas: Oporto tiene dos grandes (muy grandes) avenidas y un paseo junto al río. Lo demás son calles estrechas y en cuesta, con aceras minúsculas y resbaladizas, normalmente de adoquines, con coches aparcados encima y algún patinete atravesado. Eso dificulta bastante la vida al peatón, pero no autoriza a caminar por la calzada, práctica habitual entre turistas. Si lo respetas, te podrás ahorrar un par de infartos, porque toda la calma que caracteriza la vida portuguesa se compensa con una conducción vertiginosa.
También te ayudará no caminar en tacones y venir preparado para todo. La maleta para viajar a Oporto se parece a la que harías para ir a hacer trekking, con ropa cómoda y para cualquier fenómeno climático. Estar preparado minimiza el shock de los chaparrones y las posibilidades de acabar enfundado en un anorak de plástico de dos euros, como el amigo del principio.
![Casa da Musica](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/casa-da-musica_6a821e6b_240426124155_1200x800.jpg)
Que no te ciegue lO TÍPICO
Lo siento, aquí va el gran cliché, la gran norma básica que el iniciado ofrece al novato: “no te quedes en lo evidente”. Ve, por supuesto, a la Ribeira, al Puente de Don Luís I, a las bodegas de vino, a Aliados y a la torre dos Clérigos. Come bacalhau com broa, un pastel de nata y prueba los vinos portugueses. Pero si quieres algo más que una postal, ve más allá.
Si Oporto es una de las ciudades europeas más alejadas del centro del continente, es también una de las más cercanas y mejor conectadas con África y América. Son sus conexiones de transportes, pero también los vínculos históricos y la apertura a lo desconocido que caracteriza a este pueblo que vive de cara al Atlántico. Desde sus orígenes, Oporto es una ciudad emprendedora, con prósperos períodos de actividad fabril y comercial y una envidiable multiculturalidad para su tamaño. Lo sigue siendo.
![Fundación Serralves](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/fundacion-serralves_306c95f0_240426124253_1200x900.jpg)
Aprovecha su fuerza, su creatividad y su modernidad. Oporto tiene una escuela de arquitectura contemporánea envidiable y es cuna de dos premios pritzker que han sembrado la ciudad con cada etapa de su obra. Son Eduardo Souto de Moura y Álvaro Siza Vieira, que desde los años sesenta han transformado la urbe en una referencia arquitectónica. Sus edificios acogen joyas que atraen visitantes de todo el mundo, como la Casa de Chá da Boanova, con el restaurante del chef Rui Paula (dos estrellas Michelin) o como la Fundación y Museo de Serralves, con exposicionesde referencia y el mayor jardín de la ciudad. De otro pritzker, Rem Koolhaas, es la Casa da Música, un monumental edificio dedicado a eventos musicales, cultos y populares.
La música y gastronomía nos dan para un capítulo aparte. La movida (como aquí se llama a la marcha nocturna) duplica la ciudad. La noche activa otra mitad de Oporto en forma de bares y clubs. Algo parecido ocurre con los restaurantes, en una escena que fusiona geniales tascas de pescado a la parrilla con alta cocina de nivel internacional: la mencionada Casa de Chá, pero también Antiqvvum, Vila de Foz o Yeatman.
![Matosinhos](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/26/matosinhos_98dffc48_240426124403_1200x1500.jpg)
No te fíes del océano
Adóralo, pero no te fíes. La belleza del océano se opone a su usabilidad. Es el Atlántico en estado puro, gigante, vigoroso, traicionero y seductor. En una ciudad tan compacta y a veces agobiante como Oporto, el Duero y el Atlántico son dos respiros, un contacto constante con la naturaleza. A veces, demasiado, porque su brisa y su niebla hacen que los días fríos sean helados. Y, en los días cálidos, no invita a refrescarse en las playas, paraísos expuestos a un sol, un viento y un oleaje implacables.
Vamos, que Oporto te acogerá de corazón, pero se merece algo más que una visita desenfadada. Si les prestas atención y cariño, sus habitantes y patrimonio te compensarán con creces.