Azul cristiano, musulmán y judío
El recorrido por los cuatro antiguos barrios de Chelva comienza en el Portal de San Cristóbal de la calle Benacacira y penetra a través del Barrio Árabe de Benacacira, construido en el siglo XI. Un laberinto mágico de balcones floridos y paredes de color azul, tonalidad elegida por su capacidad para ahuyentar a los mosquitos y refrescar las calles blancas cegadas por el sol de Levante. Tras una fotografía digna de mil likes en el Callejón del Horno y una visita al Museo Arqueológico de Chelva, la ruta continúa a través del Barrio Cristiano, menos sinuoso y mucho más amplio.
De aquí se enlaza con el Barrio Judío del Azoque, cuya antigua sinagoga yace oculta bajo los cimientos de una casa privada; y el Barrio Mudéjar-Morisco el Arrabal, el cual acogió a los musulmanes expulsados del mencionado Benacacira tras la reconquista. Un pequeño paraíso de cal y azul chelvano (o azulete, como aquí lo llaman) donde las puertas de las casas dibujan las antiguas gateras, sus fuentes evocan pequeñas obras de arte y las ventanas lucen el rojo almagre de la madera. Actualmente, el cinturón del barrio antiguo rodea los restos de la antigua muralla y el Palacio Vizcondal, con su antigua torre almohade y sus faldas rebosantes de chumberas, a esperas de completar su reforma a lo largo de este año.
Al pasear por el casco antiguo, uno se pregunta si existe una línea de puntos azules casi invisible entre Chelva y Chaouen, el famoso pueblo color añil de Marruecos.
Todo pasa por la Ermita de Santa Cruz
Todo recorrido por el casco antiguo de Chelva finaliza en El Arrabal y su Ermita de Santa Cruz, o antigua Mezquita de Benaeça, icono que define la esencia de este pueblo de historia mestiza. Concebida como mezquita en período musulmán, la construcción conserva intacta su estructura original y es la más antigua de las mezquitas que aún perduran en la Comunidad Valenciana junto a la de Simat de la Valldigna. Tras la reconquista, en 1525 Carlos I decretó el bautismo de todos los moriscos y la mezquita fue transformada en la Ermita de Santa Cruz, añadiendo un pequeño altar y una espadaña con campana. En 2007 el edificio fue restaurado como centro cultural, conservando el encanto colorido del espíritu mudéjar combinado con la estructura de ermita. La historia de Chelva cabe en un solo edificio.
Callos chelvanos y otras sorpresas gastronómicas
Si se pregunta a cualquier vecino de Chelva si ha probado los callos madrileños, su respuesta será que los callos chelvanos son infinitamente más sabrosos. Este plato único y exclusivo de Chelva se sirve en cazuela e incluye partes más tiernas del cerdo como la lengua, además de su emulsión picante (para probarlos, la Tasca Plazi de la Plaza Mayor es uno de los templos de este manjar en el municipio). Pero antes del festín, nada mejor que dejarse caer por los cuatro hornos tradicionales de Chelva, entre los que destaca el Horno Pascual, donde el único horno moruno del pueblo aporta un toque delicioso a sus mariquitas (magdalenas), tortas de embutido y plátanos (especie de bizcocho de forma alargada) elaboradas cada día por Reme y Pascual, tercera generación de panaderos.
El faro de la Iglesia
Desde cualquier punto de Chelva es avistable el colorido campanario de 60 metros de la Iglesia Arciprestal de Nuestra Señora de los Ángeles, declarada Bien de Interés Cultural en 2006 y considerada como una de las mejores obras del barroco valenciano. La construcción de la iglesia comenzó en 1626 y entre sus encantos destaca la fachada retablo, de estilo manierista, y un trabajo de sillería que alterna los cuatro órdenes clásicos (dórico, jónico, corintio y compuesto). Parte de la decoración barroca se atribuye a Juan Bautista Pérez Castiel, quien confeccionó la cúpula de media naranja y su original reloj. Como curiosidad, un refugio antiaéreo de la Guerra Civil nace en la entrada trasera de la Iglesia para penetrar en sus secretos a través de un pasadizo que alcanza el mismo altar.
El curso del agua
Tras descender por el casco antiguo, la calle de la Murtera descubre la entrada a la Ruta del Agua de Chelva, la cual abarca 7 km en torno al río Chelva entre acequias, cañares y lavaderos. Entre los lugares de interés destacan La Playeta, un bálsamo azul al que sucumbir en los días más calurosos del verano, o los restos de molinería hidráulica de la huerta. La Ruta del Agua de Chelva queda incluida en la Reserva de la Biosfera del Alto Turia y el recorrido circular se inicia y finaliza en la Plaza Mayor durante unas tres horas de inmersión en una avifauna única: poblaciones de martín pescador, petirrojos, o la presencia de las garzas real e imperial, avistables en días de escasa afluencia.
Entre lavaderos
En Chelva existen hasta siete lavaderos: el Górgol, la Peirería, el Embaraniz, el Querefil, el Baño y dos del barrio del Arrabal. De todos ellos, el más destacado es el Lavadero del Embarany, dividido en dos secciones antiguamente usadas para lavar la ropa de las personas enfermas y fallecidas en un extremo, y las prendas de los vecinos en otro. Ambos compartimentos se vacían en una balsa cuyo ecosistema de sapos nocturnos y reptiles poco tiene que envidiar a una versión levantina de Jurassic Park. Otro de los lavaderos mejor conservados es el del Querefil, formado por un cobertizo a dos aguas de teja árabe y lugar donde se lavaba el frijo (o vajilla) y la casquería extraída de los cerdos tras la matanza. En los bordes tanto de los lavaderos como de las muchas fuentes de Chelva aún sobreviven los posos de antiguos cántaros como mejor prueba de la cultura del agua que aquí todo lo inspira.
De Chelva hasta las estrellas
Una de las paradas clave durante la Ruta del Agua es el Mirador de las Cuevas del Montecico, cuyos prismáticos permiten avistar hasta el último detalle del casco histórico de Chelva. Otro de los miradores recomendables es el de La Cruz, de carácter astronómico bajo cielos llenos de estrellas; y el Mirador del Remedio, un pico de 1054 metros de altitud desde el que avistar Chelva, la Serranía e incluso la Albufera de Valencia en días claros.
Entre acueductos y otros yacimientos
Más allá de los confines de Chelva se encuentran diferentes monumentos que hablan de la historia de este pueblo de la Serranía. La Torrecilla, asentamiento ibérico entre los siglos IV y I a.C., permite obtener una vista única del pueblo, además del acueducto romano de Peña Cortada, declarado Bien de Interés Cultural y dividido en los diferentes tramos de una ruta de 28 km que también abarca el término del cercano pueblo de Calles. Lugares donde extender la visita para regresar siguiendo el aleteo de un martín pescador, o los sonidos del agua que ha esculpido, como en la roca más ancestral, un pueblo digno de todos sus azules.