Los territorios fronterizos tienen el encanto de ser mestizos, de tener una doble nacionalidad que les permite perfilar unos rasgos mixtos a la vez que únicos. En el caso del País Vasco Francés, este carácter limítrofe se acentúa por ser una franja tan singular que en ocasiones parece ejercer de zona de descompresión. No es ni francesa ni española, sino todo lo contrario. Quizás por ello su mejor sinécdoque es la Isla de los Faisanes, un trozo de tierra rodeada por el río Bidasoa que durante seis meses es guipuzcoana y durante otros seis, iparraldeko.
A todo ello, el País Vasco francés le añade una peculiaridad más: es, en sí misma, bipolar. En sus casi 42 kilómetros de costa se puede encontrar desde un puerto ballenero que se parece etimológicamente a Getaria a los hoteles sofisticados que salpican Biarritz y que lo convierten en sinónimo de balneario de lujo centenario. Por eso, pese a ser una región pequeña en extensión, no deja de ser un microcosmos lleno de maravillosos hallazgos, de fabulosas contradicciones.
Sergi Ramis, en el número de Viajes National Geographic que acaba de salir a la venta, hilvana todos sus retales hasta crear un collage en el que el viaje salta de un tren cremallera vintage a una aldea donde las ristras de pimientos abarrotan las fachadas; de una playa aristocrática a un puente medieval pulido por el paso de los peregrinos. Y lo hace con una soltura fabulosa, guiando al lector por esta sucesión de paisajes improbables que conforman un destino tan cercano como desconocido.
Para viajar por esta región solo hace falta dejar a un lado los prejuicios y sumergirse en sus tradiciones bilingües sin pestañear. Sí, abundan las celebrities que pusieron en el mapa sus playas, pero también las costumbres arraigadas que resisten y se empeñan en hacer recordar que al otro lado del Bidasoa no espera una Francia al uso, sino un destino poliédrico tan cercano como desconocido.