Dicen que el siete es un número mágico que representa al universo en su totalidad porque resulta de la suma del tres (el número de lo divino, lo perfecto) y del cuatro (el número de lo terrenal, con sus cuatro elementos y sus cuatro puntos cardinales). Siete era el número perfecto para Pitágoras. Y el séptimo fue el día en que Dios descansó después de haber hecho su obra perfecta. Puede que, después de todo, el siete no sea más maravilloso que cualquier otro número, pero sí son maravillosas estas siete criaturas de la naturaleza que dejan claro que España es pura diversidad.
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Ordesa y Monte Perdido
La meca del alpinismo ibérico lo tiene todo y para todos. Para los buscadores: fósiles marinos a tres mil metros de altitud. Para los melancólicos: los últimos hielos perpetuos del Pirineo derritiéndose en cascadas infinitas. Para los de las emociones fuertes: paredes con clavijas suspendidas sobre el vacío y fajas estrechísimas. Para las familias: caminos llanos en paralelo a pozas color turquesa, como salidas de una película de fantasía. Por no hablar de sus bosques húmedos que deliran en otoño, sus manadas de sarrios asustadizas, sus marmotas silbando, sus bellísimas floraciones de alta montaña… La fachada más reconocible de macizo calcáreo son sus vertiginosas paredes de roca que muestran los estratos de un antiguo fondo marino. Pero es solo una fachada.
Timanfaya
Un heroico carreterín, solo uno, se atreve por los paisajes tétricamente irresistibles de este parque nacional donde los sentidos te hacen dudar de si es una buena idea adentrarse en él. Hace ya dos siglos que Lanzarote vivió su última erupción volcánica, pero aquí todavía hay zonas en las que, a tan solo 13 m de profundidad, se superan los 500 ºC de temperatura. En su peor episodio, a principios del siglo XVIII, ríos de lava corrieron por la isla durante seis largos años hasta cubrir un cuarto de su superficie. El nuevo manto de roca viscosa, en su tedioso proceso de enfriamiento, resultó en un catálogo inabarcable de formas caprichosas que transitan del negro al rojo, y por las que de vez en cuando osa aflorar algún valiente vegetal. Ya fuera de los límites del parque, pero todavía en las faldas de unos conos volcánicos no tan viejos, los viñedos de Lanzarote son la prueba de que fuego y vida no distan tanto.
Garajonay
En las antípodas paisajísticas del Timanfaya, pero tan solo un par de islas más allá, la Gomera es el ejemplo perfecto de qué sucede si a un fértil suelo volcánico le concedes humedad y tiempo. En este caso, se calcula que hace ya tres millones de años que la isla no ha experimentado ninguna erupción, así que el paisaje ha tenido tiempo de sobra para la erosión de barrancos muy profundos. Pero lo que verdaderamente caracteriza a este dinosaurio es sus selvas bañadas por las nieblas, que vienen a ser una reliquia de la Era Terciaria, cuando un clima más húmedo y estable se imponía por los continentes y, con él, este tipo de bosques de ambientes fantasmagóricos, de nuevo tétricamente irresistibles.
Doñana
Las marismas del Guadalquivir tienen esa belleza que caracteriza a lo mestizo, y es que aquí no hay forma de trazar la línea en la que termina el río y empieza el mar. No hace tanto tiempo que las aguas del Guadalquivir desembocaba en el Atlántico a la altura de la ciudad de Sevilla, que se asomaba al Golfo Tartésico. Pero el empeño de este río por colmatar todo a su paso, hizo que aquella bahía terminara convertida en una caótica y misteriosa amalgama de marismas donde los atardeceres y los amaneceres se escriben con mayúsculas. Más de 300 especies de aves migratorias pasan por aquí cada año, y en sus momentos álgidos, la población de estas supera con creces la de la mayoría de capitales de provincia de España. Su fragilidad sólo es superada por su delicadísima belleza.
Picos de Europa
Ascender alguna de las míticas canales de este macizo, siempre épicas y a veces despiadadas, supone transitar una variedad insospechada de ecosistemas sin apenas desplazarse en horizontal, solo en vertical. Es una especie de viaje del cielo al infierno, tan solo que en Picos de Europa el infierno está arriba, en esas cumbres escarpadas y crueles donde cualquier gota de agua es absorbida hasta las profundidades de la tierra, y sin embargo el cielo está abajo, donde toda la humedad que absorben las cimas chorrea por sus poros y se convierte en alguna de las gargantas más verdes y copiosas de la península. Pero tampoco hace falta sufrir para disfrutar de esta reserva: entre los 2650 m de Torre de Cerredo y los escasos 300 m de las partes más bajas del cañón del Cares, también podemos disfrutar paseando por alguno de sus muchísimas e idílicas praderas de montaña.
Ses Illetes
Una lengua de arena blanquísima se adentra en un mar zafiro y roza con la yema de su dedo la isla virgen de Espalmador. Pero no se atreve a tocarla, como queriendo respetar su intimidad. Así, el conjunto nos brinda el paradisíaco placer de caminar sobre su arena y culminar la aventura nadando sobre aguas someras hasta alcanzar este islote, que con una laguna interior, termina de transportarnos a la Polinesia. La playa de las playas de Baleares tiene también secretos guardados bajo la superficie de sus aguas: al blanco y al azul, se suma el verde de las praderas submarinas de Posidonia, una especie endémica del Mediterráneo que alberga una gran biodiversidad, protege las costas de la erosión y además es indicador de una buena calidad de las aguas.
El flysch de la costa de Gipuzkoa
De toda la vida se habían llamado los acantilados de Zumaia o de Deba, pero desde que se estableció el Geoparque de la Costa Vasca de la Unesco, ahora está más de moda llamarlos flysch. Se trata de una formación geológica provocada por una sedimentación rítmica, casi milagrosa, en la que se alternan capas de roca blanda y dura hasta formar una milhojas pétrea que, tras elevarse o desplazarse por el choque de placas, comienza a erosionarse de forma desigual. Entre Mutriko y Zumaia, a lo largo de 13 km de costa cantábrica, podemos disfrutar de uno de los fenómenos que mejor aúnan belleza para las masas con información para los geólogos.