La Camarga, un paraíso de marismas en la Provenza


Los largos días de primavera son la mejor excusa para acercarse a las comarcas, valles, montes o parques naturales de nuestros vecinos fronterizos. Visitar los pueblos y castillos cátaros de Occitania, surfear en Biarritz, disfrutar del litoral del Algarve, explorar las localidades fortificadas de la Raya o descubrir el románico de Andorra pueden pasar de planes improvisados a grandes viajes encapsulados en menos de una semana.

 

En la web y en las páginas de la revista Viajes National Geographic hay infinidad de propuestas para escapadas cortas, pero a mí me gustaría recomendar una zona de Francia que, para lo poco que cuesta llegar a ella, aporta una evasión completa: la Camarga. 

Camargues

Foto: Shutterstock

Entre marismas y murallas medievales

Esta zona de marismas, playas, salares, bosquecillos de pinos y viñedos ocupa la desembocadura del Ródano, un amplio delta que se desparrama en decenas de canales en los que las aguas del río se emulsionan con las del mar. Colonias de flamencos y centenares de aves acuáticas hallan cobijo y alimento en este tapiz de lagunas, mientras que en los campos pastan toros bravos y caballos de la raza camarguesa. 

 

La ciudad de Aigues-Mortes, rodeada por una muralla medieval que se anuncia con la cilíndrica torre de Constance, es el mejor lugar donde empezar a descubrir la idiosincrasia camarguesa. Las corridas de toros y los restaurantes que sirven su carne; los vinos elaborados con cepas prefiloxera que solo reciben agua de lluvia y bodegas instaladas en fincas con más de 400 años; las contraventanas azul lavanda y las plazas con estatuas de reyes cruzados franceses; las largas playas con faros y caminos recorridos por ciclistas… Y también aldeas con iglesias que se alzan sobre casitas blancas de pescadores y barrios de salineros, como la encantadora Saintes Maries de Mer.

Arles

Foto: Shutterstock

La ciudad que enamoró a Van Gogh

Arles y su magnífico patrimonio romano son el colofón de esta escapada con aroma y sabor salobre. Las calles del centro se adaptan al contorno de dos de los mayores vestigios romanos en Francia: las Arènes, un anfiteatro del siglo I con aforo para 25.000 espectadores, y el Teatro. No es extraño que Van Gogh se enamorara de esta ciudad luminosa. El artista que plasmaba emociones e impresiones con impetuosas pinceladas de color vivió quince meses en Arles. Aquella etapa de su vida y obra se recoge hoy en el Espacio Cultural Van Gogh, instalado en el Hôtel-Dieu-Saint Esprit, del siglo XVI.

 

Arte, naturaleza, historia y esa luz provenzal que impregna de colores los recuerdos de una «evasión» corta pero tan intensa como un viaje de verano.




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