Chartres es uno de los santuarios marianos más antiguos de Francia, famoso por su catedral gótica y unos vitrales con un azul cobalto cuya fórmula se llevaron a la tumba los maestros vidrieros. El otro es Le Puy-en-Velay, una tranquila ciudad de la Auvernia, la región volcánica incrustada en el Macizo Central Francés. Durante la Edad Media este santuario se convirtió en el mayor foco de peregrinación del reino. Los devotos acudían para dormir en la ‘Piedra de las Fiebres’ –la losa superior de un dolmen, con fama de milagrosa, que coronaba la colina donde se levantó la catedral– y para venerar a una Virgen negra traída de las Cruzadas, con ojos de cristal y una nariz asombrosamente larga.
Como la de Chartres, esa virgen fue quemada en los disturbios posteriores a la Revolución francesa. Un soldado le cortó la nariz de un sablazo y se observó que era de cedro. Cuando el fuego consumió las telas que vendaban su cuerpo, apareció una cavidad en su espalda conteniendo un pergamino enrollado que ardió al instante. Entre las cenizas se halló una piedra ovalada de jaspe sanguíneo cubierta de jeroglíficos, vinculados al parecer con el culto a Isis. Una nueva Virgen negra preside hoy el altar mayor de la catedral de Notre-Dame du Puy y en un ábside se puede ver la ‘Piedra de las Fiebres’.
Gotescalco, obispo de Le Puy, peregrinó a Santiago en el año 950 y a su regreso estableció la Vía Podiensis, el más antiguo de los caminos jacobeos franceses. En el año 961, meses antes de fallecer, consagró la capilla de Saint-Michel d’Aiguilhe, al norte de la catedral. Ascender a esta chimenea volcánica por la escalera de 268 peldaños que la contornea como la rosca de un tornillo es parte ineludible de cualquier visita a Le Puy. Del templo a Mercurio en la punta de esa aguja de lava no quedan vestigios, pues la iglesia se extiende hasta el borde del abismo. El estilo mozárabe de la fachada, con su arco trilobulado, nos recuerda que en esa época la Córdoba del califato era la ciudad más avanzada de Europa.
Al entrar en Saint-Michel d’Aiguilhe sorprende su forma, sin ángulos rectos. La capilla se amolda por entero al contorno del pináculo y las siete columnas que la sostienen evocan la forma de una oreja. El techo sinuoso y los frescos en las paredes otorgan al oratorio cierto aire rupestre. El espacio central permanece libre de bancos. Para sentir la atmósfera que impregna el lugar lo idóneo es sentarse cerca de la entrada, con la espalda apoyada en la pared de la iglesia y el altar al frente. Desde esa posición, con solo mirar de reojo a la derecha por la puerta abierta, se divisa el cementerio de Le Puy al fondo del precipicio, en un terreno aluvial. Saint-Michel d’Aiguilhe parece entonces una estación de transbordo para las almas que dejan la tierra. O para brindar claridad y nuevas perspectivas a quienes siguen en ella.
![Saint Michel Le Puy en Velay](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/15/saint-michel-le-puy-en-velay_3aa8cc7b_1168582633_240415130921_1200x800.jpg)
San Miguel es el arcángel que reina en los lugares elevados y puntiagudos, y se dice que este templo está inspirado por el que se le dedicó en el siglo VI en el Monte Gargano, en el espolón de la bota de Italia. Pero en Le Puy, el mínimo espacio disponible obligó a priorizar. El resultado es inmejorable: la capilla estiliza aún más la aguja de lava y embellece el entorno, además de ofrecer un espacio de intersección entre lo profano y lo sagrado, al que uno se asoma hasta donde se atreve o puede.