La iglesia de Mosta, conocida oficialmente como la Rotunda de Santa María, es uno de los monumentos más impresionantes y simbólicos de Malta. Y también de los más milagrosos, y no solo por la importancia religiosa de este fastuoso monumento. También porque es un hito arquitectónico en sí mismo y por ser protagonista de unas de las historias más sorprendentes de la II Guerra Mundial en el Mediterráneo.
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Pero, eso sí, lo primero que llama la atención de este templo es su impresionante cúpula, la tercera más grande de Europa, con su diámetro interior de 37,2 metros y una altura que alcanza los 56 metros. Unos datos que evidencian por qué esta construcción es la más notable de esta ciudad interior de Malta. Completada en 1860, esta monumental estructura fue diseñada por el arquitecto maltés Giorgio Grognet de Vassé, quien se aprovechó de los cimiento de una iglesia anterior para, siguiendo las reglas del Renacimiento en términos de estética y simetría, alzar este hito arquitectónico.
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No obstante, este templo guarda en su interior el recuerdo de un milagro en el que, aparentemente, no tuvo nada que ver ninguna fuerza mística. Todo ocurrió el 9 de abril de 1942, cuando una bomba alemana de 200 kg perforó la cúpula durante una misa con más de 300 personas en su interior.
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Contra todo pronóstico, la bomba no explotó y nadie resultó herido, lo que muchos feligreses locales consideraron una actuación divina. Más allá de la creencia popular y de la brutal anécdota, este acontecimiento se recuerda mediante una réplica del artefacto que se exhibe en la sacristía de la iglesia como testimonio de esta anécdota. Más allá de por este particular altar, la iglesia de Mosta fascina en su interior gracias a la serie de frescos y ornamentos que representan escenas religiosas y en las que Malta reivindicó la primavera artística que estaba experimentando en el siglo XIX.