Se trata de un volcán submarino que apenas sobresale del agua en medio del océano entre África y Brasil, pero eso no es lo que hace que la isla Ascensión sea una de las coordenadas más singulares del mundo. No habría pasado de ser simplemente un inhóspito lugar apuntado en las cartas marítimas en el que poder parar para cazar alguna tortuga verde y aves con las que asegurar la despensa de los navíos.
Cuando fue descubierta el 25 de marzo de 1501 por una expedición portuguesa comandada por el gallego Juan de Nova, la llamaron Illa de Nossa Senhora de Conceição. Pero su historia geológica y medioambiental comenzó a cambiar a principios del s. XIX cuando la Armada Real Británica le echó el ojo para establecer allí una guarnición.
![Isla Ascensión](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/04/isla-ascension_9cd03cee_22618300_240404164918_1200x797.jpg)
Fue entonces cuando comenzaron a cuidar de un huerto cerca de la cumbre de Green Mountain, el único lugar de la isla donde la tierra parecía tener algo de nutrientes. Poca cosa si se tiene en cuenta la reacción de Charles Darwin cunado llegó con el Beagle: la isla le pareció un lugar de “horrorosa desnudez”. Sobre todo, contó, lo que le llamó la atención fue que la isla estaba totalmente desprovista de árboles. En aquel entonces, la totalidad del minúsculo territorio era una colección de cráteres inactivos, depósitos piroclásticos y domos de lava. Un paisaje más propio de Marte que de la Tierra.
El botánico Joseph Hooker visitó Ascensión tiempo después de Darwin. Seguidor incondicional de las teorías del famoso naturalista, convenció a la marina británica de que era buena idea replantar toda la montaña, que solo así conseguirían darse las condiciones adecuadas como para asegurar las lluvias y mejorar la riqueza del suelo. Con el apoyo de Kew Gardens, fueron llegando durante la década de 1860 a 1870 más de 300 tipos diferentes de plantas escogidas según sus características para soportar las duras condiciones en mitad del Atlántico Sur. Algunas estimaciones calculan que se llegaron a plantar unos 5.000 árboles, procedentes de los jardines botánicos de Londres y Ciudad del Cabo.
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A finales de 1870 no había duda de que el experimento había funcionado. Donde antes sólo se contaba con alguna ligera brizna de hierba, ahora había un bosque. Por todos lados había árboles como los pinos de Norfolk, varias especies de Eucalyptus y de Ficus, y hasta bananos y bambúes que se encontraban a sus anchas en las laderas de Mountain Green. Lo más importante es que no solo el paisaje cambió, también el clima comenzó a cambiar.
En la actualidad, el caso de la isla Ascensión es el nudo de un interesante debate conservacionista: de la apenas decenas de plantas endémicas, tres se extinguieron. El mismo Hooker comenzó a cuestionarse lo que habían hecho, lamentando la más que probable desaparición de los mantos de helechos que había visto. Pero por otro lado, están los que prefieren quedarse con lo bueno: si la plantación de vegetación en Ascensión logró convertir un desierto volcánico en un bosque, demostrándose así el papel que las plantas juegan en la regulación del clima, ¿qué no podría hacerse si el experimento pasara a una escala planetaria?