Con una antigüedad de más de 5.000 años, Newgrange es más antiguo que las pirámides de Egipto e incluso que Stonehenge. Y, además, no se queda a la zaga en espectacularidad. Menos mal que se descubrió…
En arqueología siempre hay que contar con las casualidades. En el caso de Newgrange fue por la imperante necesidad de rocas y piedras que tenía el terrateniente Charles Campbell. Fue en 1699 cuando, tras observar que bajo la verde turba en el gran montículo cercano a su granja, ordenó a sus trabajadores que se llevaran las más grandes. Al hacerlo, claro, dejaron al descubierto la tumba.
La casualidad fue que en ese preciso momento el anticuario galés Edward Lhwyd anduviera por la zona de excursión. Al enterarse del descubrimiento, acudió al lugar y documentó todo acerca de la “cueva”, como comenzaron a llamarla. No era una cueva, sino una tumba que se construyó, según las últimas dataciones, entre el 3300 y el 2800 a. C. ¡Y bajo él parece ser que existió una estructura aún más antigua!
En cuanto al nombre actual, es mucho más reciente, pues le viene de la granja de los monjes de la abadía de Mellifont, en Drogheda. Y aunque la abadía se cerró en 1539, el nombre dado por los monjes quedó hasta el día de hoy en que Newgrange es Patrimonio de la Humanidad.
Newgrange se ubica en la región de Brú na Bóinne, en un recodo del río Boyne. El acceso se realiza por el documentado Centro de visitantes, desde el que salen unos pequeños autobuses con un guía hasta el monumento megalítico.
La llegada es realmente espectacular. Un montículo de 80 metros, con una faja de grandes rocas a modo de zócalo, decorado con pictogramas y espirales, y rematado por cuarcita blanca, da la bienvenida, alzándose con todo su misterio y toda su antigüedad. Solo para construir el túmulo, hicieron falta 200.000 toneladas de piedra. ¿Cómo las llevaron? Según algunos estudios, las piedras utilizadas en Newgrange se trajeron de lugares tan lejanos como las montañas de Wicklow, a 13,9 km al sur; las montañas de Slieve Croob, a 107 km; o los montes Mourne, a 94 km al norte del lugar. Los constructores tuvieron que localizarlas y trasladarlas una a una desde las lejanas montañas, probablemente a través del mar de Irlanda. Toda una aventura.
Siguiendo el pasadizo principal agachados, se llega a la cámara con forma de crucifijo, como una cueva, tal como describieron en la época de Charles Campbell y Edward Lhwyd. Es el santuario interior que queda iluminado durante el solsticio de invierno en diciembre, al modo que ocurre con Stonehenge. La ingeniería megalítica sigue funcionando y sigue siendo fuente de fascinación hoy en día.