SÍ, ES UNO DE LOS PUEBLOS MÁS BONITOS DE ESPAÑA

Si lo dicen será por algo. Aunque su belleza ya era un secreto a voces, fue en 2013 cuando Morella, la capital de la comarca de Els Ports, entró a formar parte de la asociación de los pueblos más bonitos de España, además de ser uno de Los 100 pueblos más bonitos de España según Viajes National Geographic.

 

Dicha asociación reúne y promociona el encanto rural de la geografía española. “Lugares de gran belleza que destilan historia y cultura a la par” con menos de quince mil habitantes o “villas donde la tradición envuelve al viajero”, según cuentan desde la organización y a la que se suman otras localidades castellonenses como Culla, Peñíscola o Vilafamés. 

 

 

UN CASTILLO ENTRE MURALLAS

La Comunitat Valenciana es tierra de castillos. Xàtiva, Jalance y, por supuesto, Morella. Este pueblo medieval está custodiado por casi dos kilómetros de muralla, flanqueada por un total de siete puertas y diez torres. Su tramo urbanístico atraviesa la pendiente dibujada por las montañas, una ubicación privilegiada e inexpugnable que atrajo a íberos, celtas, griegos, romanos y árabes. Pasear por sus calles y por su casco antiguo es viajar al pasado y ver la huella histórica que dejaron las numerosas civilizaciones que pisaron esta tierra. 

 

En lo alto de la montaña espera su castillo. Una de esas paradas obligatorias que merecen la pena —aunque para subir siempre hay que mentalizarse—. Razones sobran. Ya sea por su extraordinario valor cultural y patrimonial o por sus espectaculares vistas aéreas entre cadenas montañosas y tejados morellanos.

 

No hay que olvidar que esta fortaleza militar, asentada estratégicamente sobre la propia roca natural, era el lugar ideal para controlar el paso natural del interior a la costa. Una construcción que ha sido testigo de numerosos encuentros bélicos como la Guerra de Sucesión o las Guerras Carlistas y de personajes históricos como Abderraman III, el Cid Campeador, Jaume I o San Vicente Ferrer.

 

ARTE sacro macabro Y ENCANTO MEDIEVAL

El castillo no es la única construcción que merece la pena conocer. Las Torres de San Miguel, construidas en el siglo XIV, son la entrada original que da la bienvenida a los viajeros. Sus dos torres gemelas, de base octogonal, resaltan entre la muralla que rodea la población. Actualmente se puede visitar su interior, así como atravesar parte de los muros originales.

 

Del mismo siglo es el Convento de San Francisco, compuesto por una iglesia, el claustro y las Salas de Profundis. Fiel al estilo de vida de los franciscanos, sus paredes y arcos apuntados reflejan esa austeridad y sencillez que no necesita de adornos, ni florituras. En su Sala Capitular, «se conserva una de las muestras más antiguas del arte macabro español, La Danza de la Muerte, pintura del siglo XV que unen a la nobleza, al clero y al pueblo en torno a la muerte», señalan desde la Oficina de Turismo de Morella.

 

El gótico más espléndido

Eso sí, la auténtica joya de la corona es la Basílica Arciprestral Santa María la Mayor, una de las mejores demostraciones del gótico religioso en nuestro país. Fue el rey Jaume I quien la mandó construir en el siglo XII, cuando Morella se convirtió en villa real. Su fachada, basada en los códigos del gótico peninsular mediterráneo, es una muestra exquisita de la arquitectura y escultura sacra de la época.

 

Sus ventanales de alabastro, sus vidrieras y sus esculturas repletas de detalles coronan sus grandes portaladas: la de los Apóstoles y la de las Vírgenes. Una vez dentro, la vista se dirige de inmediato a la escalera casi de caracol que abraza la columna y la bóveda del coro, su Altar Mayor o su monumental órgano —y que se podrá escuchar en la XIII edición del Early Music Morella, que tendrá lugar del 19 al 25 de julio—.

 

 

UNA GASTRONOMÍA ANCESTRAL

La gastronomía de Morella se ha ganado un hueco en las poderosas razones para visitarla por un hecho casi insólito: sus recetas se han mantenido intactas desde la Edad Media. Su sabrosa cocina se basa en la sabiduría de antaño, pero también en un clima y unas tierras que han creado el caldo de cultivo perfecto para la ganadería, el pastoreo o la caza.    

 

La carne en todas sus expresiones, pero sobre todo cocinadas con hierbas aromáticas de la zona como el romero, tomillo o albahaca; con setas —la localidad cuenta con más de trescientas variedades— y, por supuesto, con trufa negra, el gran orgullo micológico de este pequeño municipio. Como ocurre en otros pueblos de montaña, los platos de cuchara son otro must con la deliciosa sopa morellana con bunyolets (buñuelitos), el potaje o las ollas masoveras, encabezando el recetario. 

 

Aunque nadie puede marchar sin probar sus creaciones autóctonas como las croquetas morellanas, de forma triangular con la carne de un buen caldo, sus ricos embutidos —como el Bolo de Morella o la cecina de vaca y de toro—, sus quesos o sus icónicos dulces artesanales. La cuajada de leche de oveja con miel, los pastissets de boniato y calabaza y su producto estrella: el flaó. ¿Fla-qué? Una pasta con forma de empanadilla rellena de requesón, almendras y decorada con azúcar y canela. Una elaboración que aúna los sabores de su pasado árabe, medieval y su presente mediterráneo, y también el souvenir perfecto de esta escapada rural.

 

 

DÓNDE COMER EN MORELLA

Las direcciones imprescindibles: Desde la modernidad del Restaurante Daluan (Carrerò de la Presó) y Vinatea (Carrer d’En Blasco d’Alagó, 17), hasta los sabores de toda la vida en Mesón del Pastor (Costa de Jovaní, 5), La Fonda Moreno (Carrer de Sant Nicolau, 12) o Casa Roque (Costa de Sant Joan, 1). 

 

Morella es uno de esos destinos imprescindibles, donde la historia cobra vida a través de su imponente arquitectura medieval y lo marida con los sabores de toda una vida.