Los secretos del muro romano más legendario de Gran Bretaña


Más de 100 kilómetros de muro

Rudyard Kipling, en Puck de la colina de Pook, dice que nada existe en el Imperio —en el suyo, no en el romano— tan maravilloso como la contemplación de la muralla por primera vez. Al norte del río Tyne, en buena parte paralelo a su curso, nos encontramos con ese gran testimonio de los días romanos: el muro de Adriano, levantado a partir del año 122 para evitar las invasiones de los pictos, o los brittunculi, algo así como “asquerosos o pequeños miserables Britanos”, como aparece reflejado en una de las Tablillas de Vindolanda.

 

El muro fue más una demostración de poder que una frontera real, ya que el límite del Imperio romano se extendía más al norte. Cuentan los expertos que pudo alcanzar una altura de más de cuatro metros, nueve las torres de defensa, e iba de este a oeste a lo largo de más de un centenar de kilómetros. Con la retirada de los romanos muchas de las piedras del muro fueron utilizadas para otras construcciones. En el año 1987, el muro de Adriano fue incluido por la Unesco en la lista del Patrimonio de la Humanidad.  

 

Para ver el tramo mejor conservado podemos hacer una ruta circular a pie que parte de los aparcamientos de Steel Rig o The Sill y se adentra en el Parque Nacional de Northumberland. Si no disponemos del tiempo o de las ganas —el camino va colina arriba, colina abajo—, es muy recomendable recorrer, al menos, el tramo más escénico que llega hasta Sycamore Gap, donde hoy solo se conserva el tocón de un árbol que se había convertido en símbolo del Reino Unido: el arce sicomoro de doscientos años de antigüedad fue talado, en lo que hasta el momento definen como un acto de vandalismo, en septiembre de 2023. El árbol había adquirido fama mundial tras su aparición en una de las escenas de la película protagonizada por Kevin Costner, Robin Hood: príncipe de los ladrones.  

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Vindolanda 01

Foto: Rafa Pérez

Un extraordinario tesoro arqueológico

En ningún otro lugar bajo control romano se levantó un sistema defensivo tan monumental. Aunque hoy solo se ve un 10% del total del muro, aproximadamente, se ha hallado una gran concentración de restos arqueológicos en un lugar relativamente pequeño. El arqueólogo Robin Birley se llevó una sorpresa mayúscula cuando encontró un pedazo de madera aceitosa, del tamaño de una postal, en una de las zanjas abiertas en la excavación que estaba dirigiendo en Vindolanda. Al frotarla con los dedos, salió a la luz lo que parecía ser algún tipo de escritura.

 

Fue imposible descifrar ese primer mensaje; en 1973, año del hallazgo, el equipo de arqueólogos no era consciente de la fragilidad de aquel objeto que tenían entre las manos: la primera de las cerca de dos mil Tablas de Vindolanda que han ido saliendo a la luz, uno de los mayores tesoros arqueológicos del mundo por la información que nos ha proporcionado. Aquellas cartas, escritas en latín cursivo, nos hablaban de los asuntos cotidianos de los soldados romanos que vivían en la fortaleza acompañados de sus familias, un registro íntimo y sin precedentes de la vida en una guarnición romana, además de un testimonio que confirma que a los soldados romanos se les enseñaba a leer y a escribir.  

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Vindolanda Tablillas 01

Foto: Rafa Pérez

El contenido de las tablas

«Te he enviado un par de calcetines, sandalias y calzoncillos (subligaculum)». «Veinte pollos, un centenar de manzanas si son bonitas, dos centenares de huevos si tienen buen precio». Estas son algunas de las cosas que aparecieron escritas en las Tablas de Vindolanda, además de petición de cerveza para la tropa —el consumo de cerveza era más popular que el del vino porque este debía tener muy poca calidad, acetum o posca seguramente—.

 

La más conocida de estas tablillas, que también incluían asuntos militares oficiales, es una invitación a un cumpleaños, uno de los primeros escritos de una mujer en latín: «Claudia Severa a su Lepedina, saludos. Hermana, con ocasión de la celebración de mi cumpleaños el 11 de septiembre, te envío una cordial invitación para asegurarme de que nos acompañes, pues tu llegada me hará el día más agradable, si estás presente. Dale recuerdos a tu Cerialis. Mi Elio y mi hijito le envían saludos. Te espero, hermana. Hasta pronto, hermana, mi amada del alma, a la que deseo prosperidad y a la que saludo».  

Vindolanda fue un castrum y poblado avanzado en unas cuatro décadas a la construcción del muro de Adriano, sin duda el lugar que más información nos ha aportado sobre el periodo romano en Britania. Aquí, además de esas importantes misivas, han aparecido numerosas piezas arqueológicas en muy buen estado de conservación gracias a la anoxia, la falta de oxígeno y el grado de humedad que han impedido que las piezas se descompongan. Ropa, miles de zapatos, unos guantes de boxeo, peines de boj, joyas o pequeñas figuras votivas, entre otras muchas.  

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Vindolanda

Foto: Rafa Pérez

Testimonio de la época romana

La mayoría de las tablas se conserva en el Museo Británico, que las va exponiendo de manera alternada y temporal ante lo delicado de esos restos arqueológicos. En el año 2011, una docena fue trasladada a Vindolanda para que el lugar donde se hallaron tuviera expuestas algunas originales. Las podemos ver en el pequeño museo que hay al final del recorrido, además de otras muchas piezas interesantes.

 

Entre las más curiosas unas huellas impresas: los perros, igual que dos milenios después, se metían de cuatro patas en el cemento fresco. Cuando se construyó el muro de Adriano, la Cohors I Tungrorum se mudó, muy probablemente a la vecina Vercovicium –el actual Housesteads–, ya en el propio muro, y Vindolanda entró en un estado de progresivo abandono. Los trabajos continúan y los próximos años nos depararan, a buen seguro, nuevos e interesantes descubrimientos. Durante la visita al recinto, además, es posible ver el trabajo de los arqueólogos en vivo.  

 

El cercano Museo del Ejército Romano, a muy poca distancia por una pequeña carretera rural que atraviesa la campiña, es el complemento perfecto a Vindolanda. Allí podemos ver armas, entre ellas una importante colección de puntas de lanza, y algunas de las piezas con las que vestían a los caballos. El muro de Adriano todavía tiene muchas cosas que contarnos, pero sabemos que el día a día en la fortificación fue muy similar al de otras partes del Imperio romano. La gente que vivó allí tenía idénticas preocupaciones y escribía sobre los mismos temas mundanos que nosotros, hoy, enviamos por Whatsapp a nuestros seres más allegados.  

 



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