Un pequeño vagón amarillo con asientos de madera y campanilla de repique nostálgico nos traslada hasta el pasado de Lisboa. El icónico tranvía 28 sube a una de las colinas más altas de la ciudad hasta llegar al mirador de Graça, uno de los doce que alberga la capital portuguesa, donde aguardan las mejores vistas del castillo de San Jorge, el río Tajo y las torres de las iglesias que emergen entre los rojizos tejados de las casas. De ahí que este sea el punto de partida ideal desde el que empezar una ruta hacia y por Alfama, el barrio en el que nació la ciudad.
Graça, un mirador con mucho arte urbano
El mirador de Graça ofrece un imponente marco de la capital del Tajo. Al retroceder sobre nuestros pasos descubriremos el Caracol de Graça, una escalinata que desciende en zigzag y que está decorada con abundantes y curiosos graffitis. Estas solo son algunas de las obras que cubren los murales de Garça, convirtiendo este barrio en una inmensa galería a cielo abierto. De hecho, toda la zona de Graça es un homenaje al arte urbano, así que merece mucho la pena descubrirla sin rumbo fijo a medida que se desciende a pie y sin prisas hacia Alfama.
perderse por el laberíntico barrio de Alfama
Fundado por los musulmanes con el nombre de Al-hamma en alusión a sus manantiales, este barrio es un túnel laberíntico de pendientes interminables y calles angostas que enamoran. Con su adoquinado empedrado –hay que poner atención para no resbalar–, Alfama es una de las zonas más antiguas de la ciudad, maltratada por el terremoto de 1755 y durante largo tiempo olvidada por los propios lisboetas.
En la actualidad, su carácter popular se ha convertido en uno de sus principales atractivos. Alfama nos recibe con una cercanía maridada por el chirriar del tranvía, las charlas de los vecinos a pie de calle y el viento ondeando las sábanas tendidas en los ventanales. Alfama huele a saudade, esa nostalgia a la que cantaba Amália Rodrigues, la reina del fado.
El artista portugués Vhils (alias de Alexandre Farto) le dedicó un mosaico en la calle de Sao Tomé, cerca del Panteón Nacional, donde yacen los restos de la diva. Atravesada por el movimiento, la obra nace del suelo como una ola, con un rostro de melena ondulada al viento y el juego de luces y sombras que los árboles provocan sobre ella. Realizado con la técnica tradicional de la calçada o empedrado portugués, también es un homenaje al oficio de empedrador.
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Acercarse al Panteón Nacional
El Panteón Nacional de Lisboa, antiguamente conocido como la Iglesia de Santa Engracia, se empezó a construir en el siglo XVII y se terminó tres siglos más tarde, en 1966. Desde inicios del siglo XX, el edificio ha servido como panteón, siendo el lugar de entierro de algunos de los portugueses más célebres, como la ya mencionada Amália Rodrigues, el escritor Joao de Deus y los presidentes de Portugal, entre otros. Además, en el Panteón Nacional también se pueden ver los cenotafios de Vasco de Gama y Luis de Camoes.
A nivel arquitectónico, el detalle más destacado del Panteón Nacional es su hermosa cúpula blanca, cuyo interior está revestido de mármol blanco y rojizo y coronado por un cimborrio que permite que la luz entre en el edificio. Subiendo hasta la parte superior del panteón se puede acceder a una amplia terraza desde la que contemplar las mejores vistas de Alfama.
Descubrir el Castillo de San Jorge
El descubrimiento de Alfama continúa en el Castillo de San Jorge, un Monumento Nacional del que se conservan once torres, además de patios, jardines y un mirador con cañones apuntando al horizonte. Su origen se remonta al siglo VII en la época del dominio musulmán, pero el edificio actual es gótico, construido a partir del XI tras su conquista por Afonso Henriques, primer rey de Portugal. Siglos más tarde, el rey Manuel I recibiría aquí a Vasco da Gama al regreso de su expedición a la India. La visita guiada de una hora realiza un recorrido completo por el conjunto y deja tiempo para visitar su museo.
llegar al Mirador de Santa Luzia
La historia del castillo se expande hacia otros puntos del barrio de Alfama, como la iglesia de Santa Luzia, a la que acudimos después de almorzar en el restaurante que alberga la fortaleza. En sus laterales se despliegan dos azulejos de António Quaresma con escenas de la conquista cristiana del castillo y la imagen de la plaza del Comercio con el Palacio Real antes de 1755.
Adyacente a la iglesia, el mirador de Santa Luzia regala una nueva vista sobre la ciudad y el último tramo del Tajo. Una fila de azulejos decora tímidamente los bancos, bajo una gran mata de buganvillas que trepa por un porche semiabierto. La belleza onírica de este mirador lo convierte en un lugar de visita imprescindible en Alfama.
contemplar La Catedral de Lisboa
Bajamos por la Rua Limoeiro para ver otro de los emblemas de Lisboa: la Sé, la catedral y basílica de Santa María, con más de 800 años de antigüedad y donde reposan las reliquias de San Vicente, patrono de Lisboa junto a San Antonio. A pesar de los añadidos barrocos y las reformas del siglo XX, sigue siendo un grandioso templo románico con aspecto de fortaleza. En el exterior, dos torres almenadas flanquean un rosetón que corona una portada con arco de medio punto por la que entra la luz de la Alfama. La nave principal, sostenida por altas bóvedas de cañón, sorprende por su amplitud.
visitar La Casa de los Bicos
Unas calles por debajo y tomando el Elevador da Sé, la Casa de los Bicos presenta otra fachada singular, con ventanas asimétricas y peculiares piedras en forma de diamante puntiagudo. El edificio, que acoge la sede de la Fundación Saramago, fue construido en el siglo XVI inspirándose en el Renacimiento italiano. Frente a él se alza un olivo de Azinhaga, pueblo natal del escritor, bajo cuya generosa sombra reposan sus cenizas.
oír El fado, la música de la ciudad
No hay mejor final al paseo por Alfama que sumergiéndose en el fado, el son lisboeta. La avenida Cais de Santarem conduce hasta el Museo del Fado, donde se explica la historia de este género nacido en los ambientes populares de Lisboa hacia 1800. A lo largo de sus salas también se descubren los nombres que hicieron del fado un canto a la añoranza, la injusticia social y la cotidianidad urbana.
Para acabar de impregnarse de esta música podemos escucharla en directo en la pequeña Tasca do Chico, en la Rua dos Remédios 83. Ya sea a través del fado, de Saramago, los cafés, los tranvías o la creatividad de los artistas callejeros y diseñadores, el son de Lisboa es único, emociona y no se olvida.