Miradores, un castillo y calles laberínticas, así es el barrio donde nació Lisboa


Un pequeño vagón amarillo con asientos de madera y campanilla de repique nostálgico nos traslada hasta el pasado de Lisboa. El icónico tranvía 28 sube a una de las colinas más altas de la ciudad hasta llegar al mirador de Graça, uno de los doce que alberga la capital portuguesa, donde aguardan las mejores vistas del castillo de San Jorge, el río Tajo y las torres de las iglesias que emergen entre los rojizos tejados de las casas. De ahí que este sea el punto de partida ideal desde el que empezar una ruta hacia y por Alfama, el barrio en el que nació la ciudad.

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Lisboa

Foto: Shutterstock

Graça, un mirador con mucho arte urbano

El mirador de Graça ofrece un imponente marco de la capital del Tajo. Al retroceder sobre nuestros pasos descubriremos el Caracol de Graça, una escalinata que desciende en zigzag y que está decorada con abundantes y curiosos graffitis. Estas solo son algunas de las obras que cubren los murales de Garça, convirtiendo este barrio en una inmensa galería a cielo abierto. De hecho, toda la zona de Graça es un homenaje al arte urbano, así que merece mucho la pena descubrirla sin rumbo fijo a medida que se desciende a pie y sin prisas hacia Alfama.

 

Alfama

Foto: Shutterstock

perderse por el laberíntico barrio de Alfama

Fundado por los musulmanes con el nombre de Al-hamma en alusión a sus manantiales, este barrio es un túnel laberíntico de pendientes interminables y calles angostas que enamoran. Con su adoquinado empedrado –hay que poner atención para no resbalar–, Alfama es una de las zonas más antiguas de la ciudad, maltratada por el terremoto de 1755 y durante largo tiempo olvidada por los propios lisboetas. 

 

En la actualidad, su carácter popular se ha convertido en uno de sus principales atractivos. Alfama nos recibe con una cercanía maridada por el chirriar del tranvía, las charlas de los vecinos a pie de calle y el viento ondeando las sábanas tendidas en los ventanales. Alfama huele a saudade, esa nostalgia a la que cantaba Amália Rodrigues, la reina del fado. 

 

Amalia

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El artista portugués Vhils (alias de Alexandre Farto) le dedicó un mosaico en la calle de Sao Tomé, cerca del Panteón Nacional, donde yacen los restos de la diva. Atravesada por el movimiento, la obra nace del suelo como una ola, con un rostro de melena ondulada al viento y el juego de luces y sombras que los árboles provocan sobre ella. Realizado con la técnica tradicional de la calçada o empedrado portugués, también es un homenaje al oficio de empedrador

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