Un pintoresco atajo por los jardines del castillo
La colina de la fortaleza de Praga está rodeada casi al cien por cien por un cinturón verde con panorámicas muy cotizadas, pero como los accesos más populares al castillo se sitúan precisamente en esas partes sin jardín, muchos viajeros se pierden el placer de descubrir estos delicados parterres. Hay varios, cada cual con su acceso independiente, siendo algunos de pago y otros gratuitos, unos con vistas a la ciudad y otros a la fortaleza. En el flanco norte, los Jardines Reales, de libre acceso, probablemente sean la mejor introducción al castillo por las vistas que ofrecen a este… y porque entrando al recinto a través de estos te puedes evitar las largas colas de los días más concurridos. La salida por el viñedo de San Venceslao, el más antiguo de Chequia, supone otra singular experiencia panorámica.
Las vidrieras modernistas de la Catedral de San Vito
El embrujo de San Vito te arrastra, nada más cruzar pórtico, al fondo del templo. Sus 125 metros de longitud fugan hacia un altar mayor gótico de gran fuerza gravitacional que casi impide prestar atención a los flancos. Por eso, una vez que hayas recorrido las capillas su girola, el Mausoleo de los Habsburgo, la tumba de San Juan Nepomuceno o la capilla de San Venceslao, no te olvides de que, en el camino de vuelta, de las naves laterales. Ten en cuenta que estamos en el país que alumbró a un tal Alfons Mucha, y como a él, a otro buen número de artistas que hicieron de Chequia un referente del modernismo. Como San Vito no se completó hasta comienzos del siglo XX, en las partes más cercanas al pórtico encontramos varias joyas de este movimiento, como la vidriera de Cirilo y Metodio de Mucha, o la del Juicio Final de Cibulka.
Los jardines Valdštejn
Aunque se ubica a los pies de la colina del castillo, el inconmensurable palacio Valdštejn se concibió para hacer “sombra” al mismísimo palacio real que lo mira desde las alturas. Es un coloso cuya magnitud solo se digiere a vista de pájaro, tan generoso, que ni siquiera el senado y una serie de oficinas gubernamentales lo completan, así que su vieja escuela ecuestre también sirve de sede a la Galería Nacional. Entre medias, sus fantásticos jardines barrocos trazan geometrías con escrúpulo y mucho mérito, ya que su planta es cualquier cosa menos regular. Su gran estanque o su romántica cueva artificial ofrecen un paréntesis de paz en pleno corazón de Malá Strana, y a pesar de que son de libre acceso, pasan desapercibidos para muchos visitantes. El conjunto se construyó durante la primera mitad del siglo XVII por el hombre fuerte del emperador Fernando II en la Guerra de los Treinta Años.
El museo de artes aplicadas
A medio camino entre la célebre sala de conciertos Rudolfinum y el todavía más célebre cementerio judío viejo, es comprensible que esta delicia neo renacentista pase un poco inadvertida para la mayoría de visitantes. Pero incluso aunque estuviera vacía, valdría la pena visitar los interiores de esta construcción de 1899, concebida desde su origen como caja fuerte de las artesanías tradicionales que peligraban ante la pujante producción industrial masiva. El edificio es, en sí mismo, un museo de un incipiente modernismo checo, con pinturas murales, escalinatas y vitrales donde la constante es el color y las líneas curvas. Además, dentro vamos a encontrar una colección exquisita que transita, entre otras cosas, por una historia de los materiales donde destaca el célebre y oriundo cristal de Bohemia.
El monasterio de Santa Inés de Bohemia
Al norte del bullicioso barrio judío de la Ciudad Vieja, este viejo monasterio suele ser un remanso de paz a pesar de que alberga uno de los mejores museos del país. Hablamos de la sección de arte antiguo del Museo Nacional, que no podría haber encontrado una sede más adecuada para su exquisita colección: los restos desacralizados de un viejo monasterio de los franciscanos y de las clarisas construido en el siglo XIII. No es el único monasterio que queda fuera de los circuitos turísticos más habituales, así que aprovechamos para recomendar también otros como el monasterio benedictino de los Esclavos de Emaús, o el franciscano que hay junto a la iglesia de Santa María de las Nieves (y sobre todo sus jardines).
Los jardines Havlíček
El barrio de Vinohrady, que se traduce literalmente como “los viñedos”, quizá sea por el que haya que empezar si uno quiere descubrir una Praga más allá del casco viejo. Desde las alturas de sus jardines Riegrovy se consigue uno de los atardeceres más privilegiados de la ciudad. Son fantásticas las pinturas murales modernistas de su basílica de Santa Ludmila, una visita que puede servir de paliativo para quienes no tengan tiempo de acercarse a Vyšehrad. Pero su secreto más oculto a visitantes quizá sean los jardines de Havlíček, que nos transportan al Renacimiento italiano con su cueva artificial con cascada, su pabellón Grébovka y, sobre todo, con las vistas que ofrece en el contexto de los viñedos que lo rodean.
El laboratorio arquitectónico de Karlín
La franja estrecha de tierra que queda entre el monte Vítkov y el río Moldava es un destino obligatorio para todo amante de la arquitectura contemporánea. Aquí vamos a encontrar construcciones rompedoras, ya sean de nueva construcción, o que salgan al rescate de las viejas fábricas del barrio, como es el caso del Corso Karlín, diseñado por el español Ricardo Bofill. Para más inri, el distrito está construido en terrenos inundables ganados al río, por lo que tras las dramáticas inundaciones de 2002, cuenta con un sistema de diques de contención que se elevarían automáticamente en caso de emergencia para proteger al barrio. Un paseo puede comenzar por la Kasárna Karlín, un viejo cuartel austriaco reconvertido en centro cultural, para luego zambullirnos en la arquitectura contemporánea a través del Main Point Karlín, las casas del Danubio, el Forum Karlín, el parque empresarial Futurama…
El salvaje este de Holešovice
Justo al norte de Karlín, sobre el meandro que traza el río Moldava, se extiende el distrito de Holešovice. Su parte occidental sí suele incluirse en los circuitos turísticos habituales: ahí tenemos la sede principal del Museo Nacional en el palacio Veletržní, la feria de Praga en un bellísimo pabellón modernista, o un memorial judío en la estación de Bubny. ¿Pero qué hay de la parte oriental? De corte más industrial, es uno de los espacios más vibrantes y descarados de la ciudad, donde vale la pena darse una vuelta por el mercado Holešovická tržnice o por el centro Vnitroblock, donde vas a encontrar los negocios más alternativos de la capital, así como por el Centro de Arte Contemporáneo DOX. Se puede poner la guinda a un paseo por el barrio en uno de los locales más singulares de toda Chequia: el Cross Club.