Hay destinos que hacen del futuro su principal reclamo. Rascacielos, realidad aumentada, ferias de arte contemporáneo… todo con el objetivo de adelantarse a las tendencias, de ser referentes. Sin embargo, hay otros como Menorca que prefieren proyectarse hacia delante agarrándose con fuerza a su pasado y a sus raíces, con un orgullo por lo propio que contagia al viajero.
Viajé hace unos días con el recuerdo del reportaje recién publicado sobre esta isla en nuestra revista de julio. Una guía completa para disfrutar de sus calas y sus paisajes en la que la periodista y escritora Kris Ubach desvela parte de sus secretos personales y, por supuesto, de las obviedades indiscutibles que hacen que esta monumental isla se haya convertido en un objeto de deseo por los viajeros desde hace décadas. Seguir cada una de sus recomendaciones me permitió llegar a tiempo al ataredecer en punta Nati o a armarme de valor para andar camino de algunas de las espectaculares playas del norte de la isla.
Y sin embargo, lo que más me sorprendió de mi experiencia es que Menorca atesora su propio manual de usuario. Es decir, que para disfrutar y explorar satisfactoriamente de esta Reserva de la Biosfera conviene seguir una serie de pautas que, a priori, podrían disuadir a muchos veraneantes. La primera, que apenas cuenta con playas urbanizadas y que muchas de sus calas más deseadas requieren de un buen madrugón para encontrar sitio en sus escuetos aparcamientos y/o de una considerable caminata. De ahí que alquilar una motocicleta o moverse en bicicleta sea la mejor forma de moverse y, sobre todo, de conseguir acercarse lo máximo a los arenales más codiciados.
De toda esta coyuntura surge una segunda máxima: es mejor ir con zapatillas o escarpines a estos parajes ya que llegar a Cala Pilar, Cala Escorxada o Cala Pregonda exige de un paseo previo que, en ocasiones, llega a ser de una hora. La caminata, eso sí, tiene como recompensa disfrutar de un día sumergido en un Mediterráneo virgen, solo civilizado por alguna barraca de marinero o por alguna casa encalada levantada antes de que la Unesco protegiera todo el territorio.
La tercera regla, que lo más relevante de la información meteorológica no es la amenaza -casi inexistente- de lluvia en las tardes estivales. Sino la dirección del viento, que condiciona y mucho a qué costa acercarse. Si sopla del norte, lo mejor es procrastinar en las calas del sur ya que el agua está más limpia de algas y el azul se vuelve más potente. Si, en cambio, sopla del sur, conviene peregrinar a los arenales del otro lado para librarse del incómodo Migjorn. Y la cuarta, que lo resume todo, es que Menorca exige cierta previsión sin por ello perder el efecto sorpresa que genera encontrar pequeños paraísos y recovecos sin civilizar.
Pero todo esto no está reñido con el turismo actual. De hecho, Menorca se ha convertido en un destino que abandera la sostenibilidad hasta las cuotas más incómodas sin por ello renunciar al viajero más exclusivo y exigente. La proliferación, en la última década, de agroturismos de lujo, de hoteles con acento francés y de nuevos propietarios que basan su argumentario en las experiencias y en la relación con el entorno, está cambiando la imagen de la isla. Y también ha generado alguna que otra anécdota curiosa, como la que me comentaba hace unos días la directora de uno de estos alojamientos exclusivos sobre el consejo que le da a huéspedes que llegan a pagar más de 400€ la noche: coger el autobús público porque, básicamente, es la única forma de acceder por tierra a Cala Macarella durante el verano.
Paradojas aparte, estos viajeros del lujo han aprendido a sacar partido de las peculiaridades de la isla, poniendo en valor experiencias exclusivas como alquilar un cotizadísimo barco o pasear a lomos de un caballo de raza menorquina. Sea como fuera, la llegada de este nuevo turista no choca con el viajero habitual ya que ninguno de los dos es masivo. Menorca, aunque cada año reciba a más visitantes, se ha empeñado en ser fiel a sí misma, a proteger sus fincas y acantilados y a no ponerlo fácil demostrando que no hay tendencia que pueda con ella, que su ADN y su genealogía es casi indestructible.