Bohemia y Moravia se dieron la mano hace un milenio para engendrar este país de belleza armónica. Pieza clave de imperios, digirió lo mejor de eslavos y germanos, protestantes y católicos para dar una lección de mesura y buen gusto. Todavía humean vestigios de volcanes en el extremo occidental del país, y brotan manantiales de agua hirviendo entre los que ha surgido una singular industria del balneario que lleva siglos haciendo las delicias de las familias nobles de Europa central. Franz Kafka dijo que pasó los diez mejores días de su vida en Mariánské Lázne, una localidad a la que Goethe dedicó su Elegía de Marienbad. El peculiar rito local no consiste en bañarse en las aguas minerales, sino en beberlas a sorbitos mientras se pasea por las elegantes Columnatas (galerías flanqueadas por columnas) de cada ciudad-balneario, que sirven de sosegado centro de reunión social.
Karlovy Vary
Es un hervidero en todos los sentidos. Suma trece manantiales burbujeantes y tres columnatas en torno a una colección de hoteles de lujo de coloridas fachadas clasicistas. El furor turístico todavía respeta la calma dentro de los balnearios, pero las calles bullen y los días se terminan brindando con Becherovka, un licor de hierbas de receta secreta y peculiar historia que puede descubrirse en la fábrica local. La región está moteada de fábricas artesanas, especialmente de cristal de Bohemia. Visitar las instalaciones de la cristalería Moser, en funcionamiento desde 1857, constituye una de las mejores experiencias culturales en el oeste del país.
CASTILLOS Y BOSQUES
Las ciudades-balneario han crecido en torno al gran bosque de Slavkov, una reserva natural que esconde monasterios y castillos medievales, como el palacio de Becov nad Teplou, donde en 1985 se descubrió un relicario del siglo XIII que contenía los restos de San Mauro, uno de los grandes tesoros nacionales.
Por el norte, el río Ohre dibuja el contorno del bosque y, siguiendo su curso, aparecen los acantilados de Svatoš y el irresistible pueblo de Loket, encaramado a un meandro tan perfecto que corre el riesgo de convertirse en isla fluvial. A los pies de su cinematográfico castillo, en la cervecería de San Florián, se celebran ancestrales festines eslavos.
MANANTIAL DE ORO LÍQUIDO
La cerveza y la cultura tabernaria son lo más parecido a una religión mayoritaria en Chequia, con raíces en el subsuelo hueco de Pilsen. La tercera ciudad del país es considerada por muchos como la capital mundial del oro líquido. De ello es culpable en primer grado la marca Pilsner Urquell (urquell significa manantial), que abre al público las puertas de su monumental fábrica. La visita a la factoría Pilsen descubre una tradición que, en realidad, nació en los sótanos del casco viejo: durante los siglos XIV y XV surgió una ciudad subterránea a base de conectar las bodegas en las que casi cada familia elaboraba su cerveza. Puede que el arraigado hábito tabernario checo se cimiente en ese laberinto donde la vida social latía peligrosamente a pesar de las leyes secas o de los toques de queda.
PILSEN
Pero Pilsen es mucho más que una bebida. Posee la segunda sinagoga más grande de Europa tras la de Budapest, con una deliciosa fusión de estilos morisco, románico y bizantino. Es un foco industrial histórico en torno a la marca nacional Škoda y, por eso, una de las últimas plazas que alcanzó el ejército americano durante la Segunda Guerra Mundial, con el general Patton a la cabeza. Y es también manantial de arquitectura contemporánea, como atestiguan los apartamentos funcionalistas de Adolf Loos, que dejó su huella en Pilsen antes de viajar a Viena a sentar las bases del Movimiento Moderno o racionalismo.
RÍO DE INSPIRACIÓN
Las aguas del Moldava, como la cerveza, tienen tintes sacros en Chequia. Bedrich Smetana compuso el Vltava, la melodía nacional, pensando en el curso de este legendario río, en danzas de náyades a la luz de la luna y en bodas campesinas entre bosques y pastizales. Y es que sus orillas derrochan romanticismo. También en palacios como el de Hluboká o el de Vyšehrad, donde se conformaron las grandes leyendas nacionales. Este río, que cruza Bohemia de sur a norte, nace en el Parque Nacional de Šumava, una pequeña cordillera cubierta de bosques primarios donde se dan la mano Alemania, Austria y Chequia. Y mana de dos fuentes, una fría y otra cálida, que dan más pábulo al mito de esta nación dual, precisamente cerca del hogar natal de Jan Hus, considerado el abuelo de la reforma protestante. De entre las decenas de meandros del Moldava, brillan especialmente tres sobre los que se asienta el pueblo favorito de Chequia, Ceský Krumlov. En verano, las risas adrenalínicas se superponen a los rápidos por los que bajan las balsas de rafting.
Ceský Krumlov
Las mejores vistas de esta ciudad se consiguen desde su castillo, un conjunto de 40 edificios que abarca estilos desde el siglo XIV hasta el XIX. Sorprende su diminuto teatro barroco, que conserva intactos los mecanismos de la escenografía, y que el director checo Miloš Forman eligió para rodar escenas de su oscarizada Amadeus (1984). Otra visita interesante en Ceský Krumlov es la Galería Egon Schiele, dedicada a este expresionista austriaco que vivió una temporada en la ciudad.
Trzebon
Cuesta trabajo despegarse del campo magnético de los meandros del Moldava, así que, para impulsar nuestro camino hacia la bucólica región de Moravia, podemos poner la zanahoria en la encantadora Trzebon y en las decenas de lagos que la rodean. Solo ocupa el tercio oriental de Chequia y compite en minoría con Bohemia en casi todas las disciplinas, pero ya nunca nadie le podrá arrebatar haber sido el estado checo primigenio, la Gran Moravia. Hoy, interpreta su papel de segundona con una receta de orgullo y deportividad.
tesoros con sello de la unesco
La otra gran región histórica del país saca pecho por su carácter campechano y extrovertido, atenuado por un clima y un relieve más suaves que invitaron a la aristocracia austriaca a erigir aquí sus palacios de verano. También presume de una vida relajada, lejos del frenesí praguense y de sus rígidos cánones de belleza, lo que ha dado manga ancha a las ciudades moravas para convertirse en cunas de revoluciones culturales. La introducción a una Moravia tradicional se realiza a través de dos joyas Patrimonio de la Humanidad: la pequeña y colorida Telc, con un casco casi insular, y la histórica Trebíc, con una judería que contrasta con la monumental basílica de San Procopio, en cuya cripta descubrimos que todo lo soporta una estructura de madera calcificada con siete siglos de antigüedad.
Brno
En la capital de Moravia, hay pocos espacios que estén exentos de su pulso vanguardista. Pero nada encarna tan bien su espíritu rompedor como una colección de villas funcionalistas que revolucionaron la arquitectura mundial principios del siglo XX. Paradójicamente no hay ninguna firmada por Adolf Loos, hijo célebre de Brno, aunque todas tienen algo de su ADN. Como la Villa Tugendhat, una de las obras cumbre de Mies van der Rohe y Patrimonio Mundial, que suma casi 1.000 m2 de un lujo reinterpretado donde el protagonismo se lo llevan el espacio, la luz y los materiales. Esta villa abre una atípica ventana a la historia de los judíos en los albores de la Alemania nazi y de la Checoslovaquia comunista.
vinos palaciegos
Las bondades del clima moravo conceden, al sur de la capital, campos de girasoles y de vid junto a pueblos de tradición agrícola como Míkulov o Znojmo. La joya es el palacio neogótico de Lednice, una obra multidisciplinar que alberga todas las expresiones de arte posibles. Sin embargo, un grupo de bodegas artesanas que pueblan estas llanuras desde hace siglos consigue hacerle sombra. Se nutren de uva riesling, müller-thurgau o una local llamada pálava, y suelen utilizar procesos de agricultura ecológica. En las bodegas del palacio barroco de Valtice, el Salón Nacional del Vino selecciona anualmente los cien mejores caldos del país para que todo el que quiera pueda pasar a probarlos. Cuando cae la tarde, Valtice se torna en uno de los pueblos más felices del país.
Olomouc
Los ritos son más solemnes hacia el norte. En Olomouc, la capital espiritual del país, la habitual contención checa se desequilibra hacia la opulencia. Aquí se estableció el primer obispado checo en el año 880, lo que justifica la fascinante colección de arte sacro que se exhibe junto a la catedral de San Wenceslao. Además, tras la victoria católica en la Guerra de los Treinta años, Olomouc se convirtió en un lienzo donde la corte de Viena vertía sus delirios barrocos, una costumbre que alcanzó su cénit en la Columna de la Santísima Trinidad, declarada Patrimonio de la Humanidad.
karst de Moravia
De camino entre Brno y Olomouc, merece la pena atravesar el karst de Moravia. Entre las decenas de cuevas que alberga destaca el cenote más profundo de Europa central, el abismo de Macocha, al que se accede tras una épica navegación a través de las galerías subterráneas del río Punkva. El cenote es solo una más en este crisol de cuevas, muchas aún por explorar y otras donde se mezclan restos de grandes mamíferos y de tribus prehistóricas con vestigios de fábricas secretas de armamento nazi, como el caso de Výpustek.
SILESIA
En el extremo nororiental del país, la pequeña región minera de Silesia completa la identidad checa. Esta demarcación histórica se sitúa mayoritariamente al sur de Polonia y se caracteriza por haber sido el gran depósito de carbón de Europa durante los dos últimos siglos. La minería industrial arrambló con su paisaje y su economía tradicional, y colapsó en los años 80 para dejar a Silesia huérfana y deprimida. Sin embargo, sus habitantes han decidido sacar pecho de su denostado pasado y utilizar ahora sus monstruosos complejos industriales como trampolín de futuro. La Silesia checa se extiende a lo largo de una pequeña franja en torno a la ciudad de Ostrava.
Ostrava
Es una de las ciudades que más énfasis está poniendo para redimirse por su pasado derroche industrial. Frente al ayuntamiento, la fuente de Ícaro simboliza la historia de una ciudad que quiso tocar el cielo y se quemó. Una historia que puede conocerse en visitas a explotaciones clausuradas como la mina Michal, que conserva instalaciones originales intactas, o en Dolní Vítkovice, una sobrecogedora planta siderúrgica reconvertida en centro cultural con un mirador acristalado culminando uno de sus altos hornos. Desde las alturas se disfruta de la inmensidad de la llanura de Silesia, quebrada por los montes Beskides al sureste y, al noroeste, por la distante cordillera de los Sudetes, que utilizaremos como guía para regresar a tierras de Bohemia. Los grandes manjares montañosos de Chequia ejercen de frontera natural con Polonia y Alemania. Son paisajes de areniscas esculpidas que destacan entre densos bosques de ribera. Al noroeste del país, pueden ser un feliz objetivo para cerrar el círculo de esta vuelta a Chequia.
FUSIÓN DE CORRIENTES ARTÍSTICAS
Así, de camino, servirán de excusa para llamar a la puerta de localidades como Litomyšl, ciudad natal del compositor Bedrich Smetana, a los cascos renacentistas de Pardubice o Hradec Kralove, a las joyas góticas de la ciudad minera de Kutná Hora o a los delirios neoclasicistas de Liberec. En este paisaje emerge el icónico monte Ješted . Con medio kilómetro de prominencia, está coronado por un pináculo de 100 metros que lo asemeja a un cohete espacial; probablemente sea la obra cumbre de la escuela checa que construye miradores singulares en sus cumbres más visitadas.
a este lado del paraíso… checo
El Paraíso Checo existe y se encuentra al sureste de Ješted. No es una exageración, sino la traducción literal de Ceský Ráj, el topónimo de la única reserva natural checa que ha conseguido el título de Geoparque de la Unesco. En este edén emergen gigantescos bolos calizos que conforman varias ciudades encantadas, como la de Hrubá Skála, y que siglos atrás sirvieron para erigir románticas fortalezas como la de Frýdštejn.
tierra de volcanes
En el Paraíso Checo emergen viejos conos volcánicos cuyos cráteres también se utilizaron para cimentar castillos como el de Trosky, que hoy sigue perfectamente camuflado con su entorno. La actividad volcánica ha legado numerosos yacimientos de piedras preciosas, como el ágata, la amatista, el jaspe o el famoso granate checo. Jaroslav Seifert, premiado con el Nobel de Literatura, dejó un testamento de amor a este paisaje en su Toda la belleza del mundo (1979) que bien podría servir como una guía de viajes «sentimental» a este Paraíso Checo surgido del fuego.
la suiza de bohemia
A las montañas de arenisca del Elba, en la frontera alemana, se las conoce con el presuntuoso nombre de «la Suiza de Bohemia», y son el paraje natural más apreciado del país. El rito de iniciación a este parque nacional suele celebrarse en Pravcická Brána, el mayor arco de roca caliza de Europa. El tándem que forma con el Nido del Halcón, un colorido hotel del siglo XIX encorsetado en un acantilado, es el icono de la Suiza Bohemia. Pero para conocer las entrañas de esta reserva, tras la ceremonia habría que recorrer la garganta del Kamenice, especialmente cautivadora en el tramo del cañón de Edmundo, por el que se puede navegar entre paredes verticales de hasta 150 metros de alto.
trenes y paisajes de vértigo
La garganta del Kamenice muere en el Elba, cuyas aguas luego esculpen su propio cañón, uno que parte en dos este macizo y que crea una pintoresca vía de comunicaciones entre la Bohemia checa y la Sajonia alemana. Recorrer los más de mil kilómetros del Elba, desde las Montañas de los Gigantes hasta su desembocadura en el Mar del Norte, es una aventura fascinante. Sin embargo, este viaje por los placeres contenidos de la casa de muñecas checa quizá debería concluir con algo que conjugue brevedad y belleza. Y eso bien podría ser el trayecto a bordo de los vagones panorámicos del tren que serpentea por el cañón del Elba en dirección a la hermosa Dresde, ya en territorio alemán.