A principios de junio, las cosechadoras dibujan a su paso los últimos campos de cereal, seguidas por bandadas de garzas que buscan darse un festín en la tierra revuelta. El poco trigo que queda sin segar queda a la voluntad de los caprichos del viento, que lo mecen dando una falsa sensación de frescor: el termómetro por estos lares no entiende de primaveras y obliga a los pastores a buscar refugio en el lado sombrío de las balas de paja. Las cigüeñas crotoran desde los alminares de las mezquitas, mientras pequeños grupos de niños sostienen, a pie de carretera, las garrafas llenas de laban, la nutritiva leche de cabra fermentada que les tiene que servir para llevar el jornal a casa. Amarillea el paisaje ondulado y enormes cumulonimbos vienen a poner un poco de poesía en tan duro secarral.
![Segadores 02](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/25/segadores-02_34a18ada_240425132502_1200x800.jpg)
La celebración de la cosecha
El final de la época de siega es esperado con ganas por las tribus localizadas en el noroeste de Marruecos, en el triángulo formado por Tánger, Tetuán y Larache, una región en la que la cultura ecuestre está muy incrustada. Los niños aprenden a montar casi al tiempo que dan sus primeros pasos, la cría y el adiestramiento de los caballos forma parte de los quehaceres diarios y la gente acaba estableciendo férreos lazos afectivos con sus animales.
A lo lejos, en los caminos que rodean el municipio de Larbaa Ayacha, se empiezan a levantar algunas nubes de polvo provocadas por los caballos que van llegando para participar en el Mata Moussem. Los jinetes, agricultores y pastores en su día a día, van vestidos con las chilabas que identifican el grupo al que pertenecen, algunas de grueso paño a rayas y otras de inmaculado blanco, portan imamah o turbante en la cabeza, babuchas en los pies y la mirada altiva.
![Mulay Abdesalam mausoleo](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/25/mulay-abdesalam-mausoleo_7f718e09_240425132544_1200x800.jpg)
Hay participantes que se dirigen hacia otra dirección, estos sin montura porque más de una hora de carretera hacia el oeste les separa de Moulay Abdeslam, una localidad montañosa que recibe su nombre del santo sufí que se cree que trajo la tradición del Mata a Marruecos, alrededor del siglo XIII, desde las mesetas de Asia Central y el actual Afganistán. Al llegar, se dirigen al mausoleo del santo donde pagan algunos dirhams a cambio de que un grupo de hombres inicie una serie de hipnóticos cantos y oraciones en las que se mezclan las invocaciones a Alá con la baraka que simboliza para el sufismo la conexión entre lo divino y lo terrenal, las peticiones de fortuna en la carrera y el deseo de que los caballos den un buen espectáculo.
![Mata Moussem 04](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/25/mata-moussem-04_4217f677_240425132641_1200x800.jpg)
TODO POR UNA MUÑECA… Y POR EL HONOR
Colmados de bendiciones vuelven a la gran esplanada donde se celebrarán las carreras. Mata, la palabra que da nombre al festival, se refiere tanto a la forma de montar a pelo como al simbólico trofeo que se disputarán: una muñeca hecha a mano por las mujeres de la tribu de Beni Arous. Bajo una jaima, mientras cantan algunas canciones entre las que se cuelan los sonoros gritos zaghareet, van dando forma a la muñeca con algunas cañas, listones de madera y vistosas telas. Desde el exterior llega el sonido de instrumentos como la barduka, los crótalos y el mijwiz, una música hipnótica, casi frenética, que pone a bailar a los segadores con la hoz en una mano y pequeños ramos de trigo en la otra.
![Mata Moussem 02](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/25/mata-moussem-02_51d74c94_240425132710_1200x714.jpg)
El líder de cada grupo de jinetes ondea la bandera marroquí, los nervios van en aumento y algunos espontáneos ponen a prueba sus habilidades galopando cogidos uno al otro o cabalgando de pie en el lomo del caballo. Entre todos ellos destaca la presencia de Zohra Sidki, la única amazona. Empezó a cabalgar siendo muy joven, llevándole la comida a su padre a lomos de una yegua. Está divorciada, no lee ni escribe, y le faltan varios dientes por la coz de un caballo, pero su determinación, fortaleza y un tanto de terquedad la llevó a participar en el Mata Moussem, consiguiendo la victoria en varias ediciones.
![Zohra Sidki 01](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/25/zohra-sidki-01_ecc7833d_240425132730_1200x1800.jpg)
UNA PIONERA SIN RELEVO… AÚN
Zohra tiene una edad incierta, alrededor de los sesenta años que indica su cédula de identidad, aunque asegura que sus padres tardaron algunos años en ir al registro. Confiesa que montar a caballo le da una felicidad absoluta, que siente mucha energía. Actualmente ya no compite, no se puede permitir mantener un caballo —paga quinientos dirhams para alquilar uno durante los días del festival—, y ya no se siente con fuerzas de salir a pelear por la muñeca. No obstante, Zohra es la gran embajadora del festival y todo el mundo se gira a su paso, siguiéndola con la mirada mientras monta a caballo.
De sus días en la competición recuerda los momentos iniciales de estrés, incertidumbre y algo de miedo, tanto por ser el centro de atención como por tener que salir a demostrar de lo que era capaz en un mundo de hombres. Le gustaría mucho que alguna mujer más joven tomara el relevo, aunque sus hijas, dice, no tienen el coraje suficiente.
![Mujeres de Beni Arous 02](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/04/25/mujeres-de-beni-arous-02_596ff46e_240425132815_1200x800.jpg)
La familia Baraka, descendiente directa de Moulay Abdeslam, fue la encargada de recuperar la tradición del Mata y convertirlo en un festival de tres días que ya ha cumplido once ediciones. La idea de que otras mujeres puedan participar en la competición, junto a la creación de una escuela para amazonas, ronda a Nabila Baraka desde el principio.
Antiguamente, el ganador tenía derecho a contraer matrimonio con la mujer más hermosa entre las casaderas de la tribu que escogiera, pero en la actualidad compiten por un premio económico, una cantidad de trigo y algo mucho más importante: la gloria y el honor para su pueblo. Tras la gran carrera final, la tribu ganadora canta y ríe frente al público mientras alza la muñeca. Poco después no quedan nada más que huellas de herradura y polvo suspendido en el aire. Pese a que la luz del atardecer dulcifica la dureza del paisaje, a nadie se le escapa que hará falta mucho más que una muñeca hecha de cañas y jirones de tela para que todos esos jinetes puedan salir adelante.