Cuando el mar lo permite –y eso no sucede todos los días– el ferri que conecta
la costa de Galway y la pequeña Inis Mór, una de las tres islas que conforman el archipiélago de Aran, apenas tarda una hora. Esos escasos 60 minutos marcan una separación no solo física con el continente, sino también de ritmo y estilo de vida.
Las islas Aran son una tierra áspera, barrida por el viento –el intenso oleaje y los árboles de tronco horizontal lo testimonian–, cuyas gentes llevan toda la vida sufriendo o gozando de un aislamiento que se acentúa según el día y el ímpetu del mar. Inis Mór, la mayor de las tres islas, sorprende con prados, acantilados de vértigo y playitas de arena suave, casas solitarias con caballos pastando en el jardín, muros de piedra seca que dividen la isla en parcelas geométricas y gaviotas… gaviotas en cantidades ingentes. En esencia eso es: atemporal y fascinante en su sencillez.
![Inis Mor](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/06/18/inis-mor_85806fbc_240618122318_1200x800.jpg)
Inis Mór, una isla a dos velocidades
Vivir en una isla y especialmente en una isla atlántica nunca fue fácil.
No lo fue en el pasado, cuando aquí la gente tenía el sustento en el mar y en las cuatro patateras que crecían a pesar del viento y lo rocoso del terreno; ni tampoco lo es hoy, cuando los isleños viven de un turismo que en verano llega a borbotones y que en invierno casi desaparece por completo.
Ofrecer una furgoneta, un taxi o una bicicleta que acerque a los turistas hasta los enclaves más interesantes de la isla es el principal ingreso de muchos habitantes de Inis Mór. Resulta sorprendente que en sus apenas 14 km de largo por 4 km de ancho haya tanta belleza concentrada, pero así es. Y no solo por su minimalismo paisajístico, sino también gracias a la diversidad y cantidad de curiosidades que posee.
![Dun-Aonghasa, fuerte prehistórico](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/27/dun-aonghasa-fuerte-prehistorico_5e4d7fa2_240527151603_1200x800.jpg)
Dun-Aonghasa, un fuerte prehistórico frentre al abismo
Inis Mór se ve deprisa, pero se olvida muy lentamente. Y quienes ya la han visitado pueden certificarlo con solo explicar algunos de sus recuerdos. Acerca de Dun Aengus, por ejemplo, un fuerte de piedra que hace más de dos mil años alguien perchó sobre un acantilado; o qué sintieron ante ese imponente conjunto de edificios monásticos en ruinas que es Na Seacht dTeampaill (Las Siete Iglesias); o Poll na bPeist, una piscina de simetría perfecta que, a pesar de su arquitectónica apariencia, no es de factoría humana sino que fue labrada por las olas.
![Claddagh, Galway](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/27/claddagh-galway_cabcaed8_240527154810_1200x596.jpg)
galway, el puerto (y punto de encuentro) perfecto
Siempre cuesta marcharse de Aran porque igual que sucede con la balear Menorca su sencillez engancha, pero toca regresar a Galway para seguir explorando la costa. La localidad que da nombre al condado y que resulta tan conveniente para ir a muchos lugares siempre fue, como dicen por aquí, un melting pot, es decir, un punto de encuentro entre culturas. Esa mezcla de identidades y la presencia de visitantes de otras tierras ya viene implícito en el propio topónimo gaélico de Galway –Gaillimh– que proviene del término gaill y que significa «extranjero».
Y es que, en su época dorada, bajo el reinado de las Trece Tribus (trece familias de mercaderes locales leales a la corona inglesa) este próspero e independiente puerto pesquero comerciaba directamente con España y Portugal. La sal, el vino y las especias que venían de la Península Ibérica se descargaban en un muelle que todavía hoy está flanqueado por el Spanish Arch, que se construyó como extensión de las murallas medievales y que protegía todos esos navíos rebosantes de exóticas mercancías llegadas del sur.
Ese barrio portuario donde los marineros se gastaban el jornal tras la larga travesía atlántica es el Latin Quarter, y en el siglo XXI continúa siendo un hervidero de pubs y algarabía nocturna universitaria. Cuando Ed Sheeran lanzó su canción Galway Girl, miles de fans se lanzaron a la búsqueda de aquel «pub en Grafton Street» que salía en la letra y que, en realidad, podría ser cualquiera de los que se domicilian en este distrito.
![Connemara, carretera de las ovejas](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/28/connemara-carretera-de-las-ovejas_eaca5cbe_240528105310_1200x800.jpg)
el bello conducir por connemara
Desde Galway son muchos los que emprenden el descubrimiento de la península de Connemara siguiendo la ruta costera Wild Atlantic Way, una carretera de vistas apabullantes y curvas de filigrana que recorre el perímetro de Irlanda desde Kinsale (condado de Cork) hasta Malin Head (Donegal) a lo largo de 2.500 km.
No hay tregua para las emociones en este recorrido que conviene hacer a tramos y que podría tener, por qué no, un buen punto de partida en la bella Clifden. Presumida, victoriana y con una larga tradición de cría equina, esta irlandesa de vida tranquila pasó a la historia gracias a Guillermo Marconi, quien la escogió para instalar el primer aparato radiofónico que conectó Europa con América del Norte en 1907. También en Clifden hay pubs muy íntimos en los que se habla gaélico y donde los músicos tocan la gaita, el violín y el bodhrán (un tambor que se sujeta con la mano y se golpea con una baqueta) sentados frente a una cerveza.
![Abadía de Kylemore](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/28/abadia-de-kylemore_ee52345a_240528102610_1200x800.jpg)
Kylemore y la belleza salvaje
Un poco más al norte y abrazada por las suaves colinas del Connemara National Park, se levanta la espectacular abadía victoriana de Kylemore. El cenobio acoge a la comunidad de monjas benedictinas que huyeron de Ypres durante la Primera Guerra Mundial y resulta un buen punto de paz y pausa de té con pastas antes de instalarse –para un día o para toda una vida– en el recoleto puerto de Killary Fjord.
A principios del siglo XX, Paul Henry quedó prendado por la belleza sencilla de este fiordo e inmortalizó sus aguas y perfiles en unos cuantos trazos que lograron captar la verdadera esencia del oeste de Irlanda. Aunque no se sabe a ciencia cierta, el mayor paisajista irlandés de su tiempo escogió un cottage para su estancia en Killary, muy probablemente degustó los mejillones locales y decidió –como, de hecho, haría cualquier viajero–, que se hallaba en un buen lugar para perder el mundo de vista. También Oscar Wilde dejó escrito que este enclave tenía una «belleza salvaje», cosa que nosotros (en plural mayestático) suscribimos plenamente.
![Acantilados de Kerry](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/28/acantilados-de-kerry_a204f4ba_240528105929_1200x603.jpg)
acantilados famosos (y no tanto)
Desde aquí hay que darle la vuelta a la brújula y poner rumbo sur por paisajes dominados por las turberas, las ovejas –un animal que parece competir con las gaviotas por la hegemonía de lo abundante– y acantilados cortados a cuchillo como los de Moher. Salen en todas las guías y por eso visitarlos en temporada alta se ha convertido en una odisea digna de fin de semana en un centro comercial.
En la misma costa de Clare están los Kilkee Cliffs, que no son Patrimonio de la Humanidad ni escenario de La Princesa Prometida(1987) o de los videoclips de Maroon 5 como los de Moher, pero que ofrecen una experiencia igualmente vertiginosa y algo más íntima.
De hecho, en ese finis terrae del condado de Clare dominado por la piedra caliza fragmentada se ubican muchos otros enclaves verticales, que caen a plomo sobre el mar y cuyo nombre es desconocido por la mayoría. Nos arrodillamos ante la asombrosa ubicación del faro de Loop Head, Ceann Léime, que aún conserva activa su lente Fresnel para no dejar que ningún barco pierda el rumbo en las noches de luna nueva.
![Río Shannon, Limerick](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/28/rio-shannon-limerick_749c259a_240528101645_1200x800.jpg)
limerick, la epítome urbana de irlanda
El contrapunto al embate de las olas y a la áspera piedra caliza del Burren es la ciudad de Limerick, que ofrece un buen compendio de arquitectura normanda, paseos a orillas del río Shannon, música tradicional en directo y pintas de cerveza que siempre se sirven con la dosis justa de espuma.
Limerick transporta a la Irlanda de entreguerras devastada por la hambruna, las chinches y el alcoholismo que tan magistralmente describió Frank McCourt en su Angela’s Ashes (1996), libro premiado con el Pulitzer y que aquí se tradujo como Las cenizas de Ángela. Las demoledoras historias contadas por el escritor irlandés no son otra cosa que sus memorias de infancia en –la hoy tan amable– Limerick.
![Fortaleza Castillo Ross](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/27/fortaleza-castillo-ross_f4b1d3ec_240527162934_1200x800.jpg)
Killarney y el turismo más histórico
El condado que limita con el de Limerick, el de Kerry, contiene algunos de los paisajes más famosos de Irlanda, cosa que no es casual puesto que la zona lleva recomendándose en las guías de viaje desde hace más de 250 años. Solo hay que hojear una Bradshaw’s Rail-way Guide de, por ejemplo 1871, para comprobar que ya entonces la localidad de Killarney ofrecía parada y fonda a los viajeros que desde Cork, Dublín y más allá del mar de Irlanda llegaban hasta aquí en los Irish Express Mail Trains por 88 chelines y 6 peniques.
![Cahergall prehistoric Celtic circular dry stone wall fort settlement aka cashel near Cahersiveen](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/05/28/cahergall-prehistoric-celtic-circular-dry-stone-wall-fort-settlement-aka-cashel-near-cahersiveen_5a780783_558606648_240528110027_1200x765.jpg)
entre lagos y visitantes ilustres
Por aquel entonces los lagos de Killarney estaban muy en boga y según las crónicas de la época que lo testifican, recibieron las visitas de gran parte de la élite intelectual y de la aristocracia decimonónica británica –reina Victoria y príncipe Albert incluidos– durante décadas.
Los turistas, ahora ya no tan aristocráticos, siguen visitando estos loughs para recorrerlos en bicicleta, pasear entre robles centenarios o entrar en esos castillos medievales, abadías en ruinas y mansiones que a lo largo de los siglos crecieron como setas a su alrededor. Killarney tiene pues sus lagos y sus ilustres visitantes del pasado –también los novelistas Maria Edgeworth y Walter Scott se prendaron de este lugar–, pero hoy parte de su popularidad se debe a ser el kilómetro cero para recorrer el célebre Ring of Kerry.
Esta carretera panorámica es una de las secciones más espectaculares de la Wild Atlantic Way. Circunda la península de Iveragh a lo largo de 179 km y no tiene desperdicio paisajístico. Eso sí, conviene que nos armemos de valor para conducir por la izquierda y siempre al borde de los abismos.
![Skellig Michael](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/06/18/skellig-michael_fcbcb266_240618123517_1200x799.jpg)
las muy muy lejanas islas skellig
A medio camino de esta ruta sinuosa, la marinera localidad de Portmagee sirve de conexión con las islas Skellig (Oileáin na Scealaga), donde no hicieron falta ni pantallas Croma ni efectos especiales para que sus estructuras ancestrales parecieran de otro mundo en las películas El despertar de la Fuerza (2015) y Los últimos jedi (2017) de la saga Star Wars. La historia de este enclave se remonta a aquellos tiempos medievales –hablamos de los siglos VI a XIII– en que los monjes irlandeses se dedicaron a subirse a barcas de piel de cabra y a navegar para fundar comunidades en los lugares más remotos e inverosímiles; recordemos, por ejemplo, que llegaron a la desierta Islandia antes que los nórdicos.
Así, a pesar de la furia del mar en esta esquina atlántica, los religiosos llegaron a las escarpadas Skellig, tallaron cientos de peldaños en la roca y levantaron estructuras monásticas de piedra seca que hoy siguen en pie y se amparan bajo el paraguas del Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. No hay adjetivos para describir este lugar como se merece.
![Healy Pass](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/06/18/healy-pass_d2e761e6_240618123615_1200x692.jpg)
Un puerto entre dos mundos
Empapados por esa belleza insuperable que ofrece la costa de Kerry y para no perder ritmo en la fascinación que producen los paisajes irlandeses, conviene cruzar desde el condado de Kerry hasta el de Cork por el pintoresco puerto de montaña Healy Pass.
No son los Alpes, es cierto, pero tendremos por delante el desafío de unas cuantas curvas en herradura que nos abrirán paso a través de las suaves Caha Mountains. La proporción de paisaje kárstico, praderas de verde luminoso, rebaños de ovejas y niebla en su justa medida vuelve a dejarnos, por enésima vez desde que arrancó esta ruta, sin palabras.
![Glengarrif](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/06/18/glengarrif_b5de2fdb_240618123944_1200x1200.jpg)
los últimos paisajes románticos
La Wild Atlantic Way, Ring of Kerry, Healy Pass… son suficientes kilómetros de asfalto y emoción al volante para que a uno le apetezca buscar un rincón donde aparcarse por fin unos cuantos días o semanas. Glengarrif puede ser una buena elección, una aldea escueta y tranquila que de nuevo presume de un pasado vinculado a los turistas de alta alcurnia que llegaban hasta ella en barcos de vapor.
Glengarrif sirve de base para recorrer –hagámoslo en bicicleta esta vez, o andando, por qué no– el panorámico Ring of Bearay también para acercarse en transbordador de línea hasta Garinish island (Ilnacullin). Esta ínsula-vergel fue el sueño paisajístico de Annan y Violet Bryce, quienes en 1910 adquirieron la isla y la convirtieron en su particular y superlativo jardín botánico. Amparados por un clima que les era benigno, los Bryce cubrieron el lugar de vegetación subtropical y se hicieron construir una encantadora casita de té «a la italiana» donde pasar sus tardes en sociedad.
El lugar es muy propicio para una tarde de lectura en compañía, por supuesto, de una taza de té y de una generosa ración de scones, esos deliciosos panecillos dulces tan british. Aunque los enamorados de la botánica también podrán encontrar rincones para leer en otros jardines colmados de rododendros, como los de Bantry House, que como su nombre indica se localizan en la vecina localidad de Bantry, y que pertenecen a la misma familia desde 1765.
![Cape Clear](https://viajes.nationalgeographic.com.es/medio/2024/06/18/cape-clear_85d31736_240618124210_1200x899.jpg)
El fin del mundo al sur de Irlanda
Arrancamos este viaje en unas islas remotas, las Aran, y queremos terminarlo en otra de esas ínsulas donde no hay mucho que hacer aparte de pasar las hojas de un libro, contemplar los embates del mar y rendirse a los placeres de la cocina local, llámese pasteles de cangrejo, black pudding, quesos artesanos curados o mariscadas.
Para ello podríamos escoger la isla de Sherkin, que apenas tiene unos cien habitantes, o alguna de las Carbery’s Hundred Isles (las cien islas de Carbery, aunque en realidad son unas cincuenta), que tomaron su nombre de la obra The Sack of Baltimore (1844) del poeta irlandés Thomas Davis.
Pero como nos gustan los finales épicos, escogeremos terminar en la isla de Cape Clear, que es rica en paisajes estériles y bruñidos por el viento, en playas de guijarros y, sobre todo, en pardelas, fulmares o alcatraces que se cuentan por miles porque le han encontrado el gusto a pasar por ella durante sus migraciones. Y la escogemos especialmente porque Cape Clear, y en especial la solitaria Fastnet Rock, son el pequeño «fin del mundo» irlandés. Este es el punto más meridional de Irlanda y el último atisbo de tierra conocida que tenían los emigrantes cuando zarpaban rumbo a América.